Había que estar tranquilo en la formación, en el patio de cemento del colegio”Hermanos José María y Federico Barreto” el 990, a veces con un tremendo sol y otras con la llovizna que nunca acaba, mientras Don Filiberto Málaga Muñoz, “El chato Málaga”, sacaba un pito con el que supongo daba el tono musical.
Eso es algo que hasta ahora tampoco logro entender, pero el silbato tenía un poder mágico, conseguía el silencio automático y ayudaba a poner orden en las filas, era el llamado para que guardemos respetuoso silencio.
Alegría, alegría de natura que canta,
alegría, alegría de la juventud…
Primavera, primavera
Nuevo triunfo de la vida
Sabia, color encendida
Perfume, luz y calor….
Tenía que subirse sobre un cajón o en las gradas del monumento a Bolognesi, en la Unidad, parta hacerse notar, para que todos lo vean y movía los brazos como los directores de orquesta, se empinaba y llegaba a dar unos saltitos de puro entusiasta.
Fue el comienzo de una manera diferente de ver la vida, ahora con una serie de responsabilidades que antes no existían, comenzando por saber comportarse en la fila, en el patio y entrar ordenadamente al aula, donde ya no se trataba solo de jugar, cantar y reír.
Lo primero que hicimos fue mantenimiento a las carpetas, unos pesados muebles de madera con espacio para dos alumnos, que debíamos lijar y barnizar para dejarlos como nuevos. Tenían un hueco para el tintero que estaba siempre sucio y difícil de lijar, pero leer y escribir resultó más complicado, mucho más difícil que lijar y barnizar.
Pancho Giglio me cuenta que el chato Málaga también hacía cantar a los niños del 982, del Colegio Santa Ana y de la Gran Unidad Escolar Francisco Bolognesi.