Viajaba en un vehículo de transporte público, un ómnibus, cuando una muchacha muy joven y muy guapa apenas me vio se puso de pie y me cedió el asiento, en un gesto que no sospechaba me podía ocurrir e intenté rechazar, pero al que finalmente tuve que acceder y tomar asiento en su lugar. Me alcanzó su mochila por lo que deduje se trata de una universitaria.
Luego de un largo recorrido de casi media hora me pidió la mochila, se despidió con una amable sonrisa y me dijo adiós con una venia, de esas que acostumbran hacer los japoneses a las personas mayores, un gesto de respeto que algunos están olvidando.
Cuando me tocó el turno de bajar me volví a sentir incómodo por una situación que en lugar de alegrar me había molestado. Sentí la sensación que me había dicho viejo en la cara y con una sonrisa que me sorprendió.
Desde ese día dejé de viajar en buses y tuvo que pasar mucho tiempo para que asimile lo sucedido. Habían transcurrido muchos años sin que me diera cuenta. Tuve que reconocer que llegué a viejo y todos se habían percatado de mi edad menos yo. Tenía que asumir esa realidad que inconscientemente estaba esquivando sin conseguir. Los años se reflejan en las canas, la caída del cabello, las arrugas en el rostro y hasta en el peso de la mirada.
El viaje de la vida, según nuestra mirada, puede ser lo suficientemente veloz para que suceda lo que me ocurrió sin que me diera cuenta.
Una buena manera de asumir que llegamos a viejos es comenzar por aceptar nuestra edad y no pensar que seguimos siendo parte de quienes recién llegaron a la edad adulta. Somos adultos mayores, gente de la tercera edad que sin embargo no aceptamos la ancianidad, la decrepitud.
Nuestros reflejos no son los mismos y en el trámite de subir o bajar de ese ómnibus necesitamos que se detenga por completo debido a que ya no podemos ni debemos intentar esos saltos al vuelo, como de muchachos apurados en llegar a viejos.
Me he convencido que debo viajar en este nuevo tramo del adulto mayor con calma, para disfrutar de todo aquello que no disfruté por andar viviendo tan rápido.
Disfrutar del día y de la noche, del sol de la mañana, del ocaso y del amanecer, del despertar de un nuevo día y tener tiempo para contar todo aquello que viví desde niño en este ejercicio de memoria que me ayuda a ver el mañana con un vistazo diferente, con el peso de una mirada que ahora me ayuda a disfrutar todo aquello que me perdí ayer por andar rápido, por vivir apurado.