Aparecía por temporadas frente al local del mercado de la Avenida Bolognesi, en Tacna, dando vueltas a una manivela del organillo portátil sujetado con la otra mano para que no se caiga del banco desarmable y el mono trepado sobre el aparto.
Vestía un gorro rojo y chaqueta verde, el mono, desteñidos por el sol y el tiempo y a un golpe del organillero el animal abría una bandeja, una cajita con varios compartimientos llenos de papelitos de colores de los que escogía uno, rápidamente y lo entregaba a su amo, quien lo daba al interesado a cambio de una moneda.
Una pequeña moneda era suficiente para conocer del futuro “El amor llama a tu puerta, déjalo entrar”, “La suerte está de tu lado, aprovecha” “No dejes pasar esta oportunidad”.
Más que el destino me preocupaba lo que hacía el mono que no podía estar quieto ni un instante, se rascaba la cabeza, la cola, todo el cuerpo y después de entregar el papelito reclamaba una recompensa que podía ser algo de fruta.
Una corta cadena atada a su cuello evitaba que escape y cuando en grupo nos acercábamos a observarlo, se empeñaba en moverse a todos lados, hasta donde le alcanzaba la libertad y también nos reclamaba algún dulce que agradecía con ruidos chillones y mostraba los dientes, con una risa exagerada pero muy breve, casi instantánea.
El organillero nos pedía hacer campo para que se acerquen los adultos, que eran los que podían jugar una moneda que entregaban un poco como limosna y otro tanto intrigados por aquello que le aguardaba el destino.
Otras veces vi al mismo organillero, pero con un loro que hacía el papel del mono, supongo muerto de esclavitud y de tanto escoger el futuro de personas prisioneras de la incertidumbre y la indecisión. Me temo también se quedó sin mono por el hambre, cuando había pocos incautos y resultaba difícil ganar el insuficiente bocado.
Monos y loros fueron prohibidos en estas y otras ocupaciones y hace muchos años que no he vuelto a ver al organillero, tan necesario en estos días de incertidumbre y tensión. Bueno será un papelito que diga “No hay mal que dure cien años…”
Las pruebas de financiamiento ilegal de la candidatura de Pedro Castillo, acopiadas por la policía, circulan en las redes sociales debido a que los medios, cautelosamente, adoptan posiciones contemplativas y aceptan el fraude de manera cómplice, como lo acepta Sagasti.
Hace falta un organillero que mueva la manivela para saber cuántos años más tendremos que soportar fraudes y atropellos a la democracia, con la cadena del mono en el cuello de algunos periodistas, jueces y fiscales y de integrantes del jurado electoral.
No sé qué tanto tenga que ver todo esto con lo de la plata baila el mono. Con el del organillero no es.