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sábado, noviembre 23, 2024

ECONOMIA DE LOS AÑOS 70

En los años 70 la economía peruana se estaba pareciendo mucho a la chilena de los tiempos de Allende, escasez de productos esenciales y cada vez menos divisas para importar petróleo, por lo que se impuso el racionamiento con calcomanías en los parabrisas para distinguir días autorizados a circular. AHORRO ES PROGRESO, decía el papelito.

La especulación y el acaparamiento eran palabras que significaban graves delitos que la incompetencia gubernamental usó de pretexto para explicar la escasez de alimentos, generalmente importados, debido a que hasta hoy somos incapaces de producir lo que consumimos a diario, como trigo con el que hacemos el pan y los fideos, carne y leche que traían de Argentina, soya de la que se extrae el aceite, maíz para alimentar los pollos,  arroz y  azúcar que debido a la reforma agraria dejamos de producir.

Descendientes de afectados por la reforma agraria, agrupados en asociaciones de bonistas, pese a contar con fallos judiciales favorables en todas las instancias, no logran hacer efectivos los bonos que recibieron hace 50 años y rechazan ofrecimientos de pago con liquidaciones que pulverizan sus valores, en una suerte de segunda expropiación.

El 27 de julio de 1974 el gobierno de Juan Velasco dispuso la creación de la empresa nacional comercializadora de insumos (ENCI), recordada como la encargada de vender la leche en polvo de Nueva Zelanda, que comenzó a reemplazar la caída en la producción de leche fresca y leche evaporada. Se le dotó de un capital inicial de mil millones de soles, aportados íntegramente por el Estado. Con el tiempo, conseguir unos cuantos sobres de leche en polvo se convirtió en un difícil desafío para los padres de familia. Las tiendas de abarrotes condicionaban su venta a otros productos, únicamente a sus clientes conocidos.

La dictadura de Velasco anidó la más grave crisis económica de la historia y causó estragos peor incluso que los de la Guerra del Pacífico. Se intentó implantar una economía planificada desde el Estado, como en los países comunistas, cuando en el mundo se había impuesto el modelo alemán, el de la economía social de mercado, que encarga orientar el desarrollo a través de mecanismos que permitan a los agentes económicos actuar con libertad, al tiempo que protege a los consumidores y la competencia.

Con Velasco la planilla estatal creció, se multiplicó y los pocos ingresos que generaban las exportaciones eran rápidamente consumidos por una burocracia voraz, insaciable, cada vez más grande. La deuda externa creció a niveles que la hicieron impagable. Con el pretexto de promover la industria nacional intentaron imponer una economía proteccionista.

El mayor contribuyente era el agro que la reforma agraria destruyó y dejó de ser contribuyente para convertirse en refugio de parásitos públicos y oportunistas “habilosos” que encontraron la manera de convertirse en nuevos ricos. La nacionalización de los hidrocarburos, las minas y el acero, pasó sus primeras facturas. La ley de comunidades industriales obligó a que los trabajadores participen en las utilidades y la dirección de las empresas.

La revolución de Velasco comenzó a oler mal debido a que el dinero no alcanzaba para cubrir las necesidades del pueblo. Tuvimos que esperar la aprobación de una nueva Constitución en 1979, reformada en 1993, para reconocer el modelo económico que tiene por principio fundamental la economía social de mercado y el respeto a las libertades económicas.

Bajo el pretexto de una reforma educativa comenzó el contrabando ideológico que confrontó al magisterio con una situación insospechada, empujando a sus dirigentes sindicales a una lucha que llevó a varios de ellos a cárceles como el Sepa, en plena selva y de donde regresaban con la salud quebrantada, pero con el prestigio de haberse comportado de manera valiente frente a la dictadura, por lo que muchos de ellos se convertirían luego, al regresar la democracia,  en los nuevos diputados y senadores de la república. La Colonia Penal Agrícola del Sepa, creación de Manuel Odria en 1951, funcionó hasta 1993 en un apartado paraje en lo que alguna vez fue una colonia de agricultores polacos fugitivos, que se establecieron en 1929 para sembrar cacao, café y frutales.

En los círculos cercanos al poder se tejía un andamiaje de culto a la personalidad de Juan Velasco, el líder revolucionario, como en la Cuba de Fidel o Corea del Norte, con su presidente eterno Kim Il Sung o su sucesor Kim Jong Un.

“Con Velasco el Perú ha alcanzado un sitial

de insalvable altivez, de heroísmo y honor,

ha sonado el clarín,  a la lucha te vas

y el llamado febril de vencer o morir”

Era parte del himno de la revolución, el himno a Velasco que comenzaba a sonar por obligación en las ceremonias oficiales. El país se encarrilaba a un destino supongo semejante a la Cuba de Fidel o Venezuela de Chávez y Maduro; estábamos en un proceso de socialización, de estatización, de nacionalización que el propio Velasco se encargaba de garantizar irreversible. No habría vuelta atrás, se estaba instaurando un sistema con el que viviríamos indefinidamente, para siempre.

 

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