Preocupado por la forma correcta de escribir el nombre de nuestro instructor militar, me llamó mi tocayo Giglio e indagué y confirmé que el nombre se escribe de esas tres maneras y la correcta, la usada por los padres del profesor sería Eber, razón por la que agradezco la corrección, que siempre recibo con agradecimiento y con mayor razón de alguien tan preciado como mi promoción.
Y a propósito también me llamó la atención por no haber señalado el nombre del Colegio Champagnat, donde también fue nuestro instructor. Me limité a consignar el Francisco Bolognesi, por ser víspera de la Batalla del Morro de Arica el día de la publicación.
En cualquier caso hago la corrección para quitarle el insomnio a Pancho y les paso a contar algo del colegio de los hermanos Barreto.
Muuuchos años atrás, cambiar jardín infantil por colegio de primaria resultó fatal. Fui matriculado en el 990 “Hermanos José María y Federico Barreto”, parientes quiero creer del “Pavo”.
Las profesoras no nos engreían como en el nido, nos miraban como si fuésemos niños grandes y había que aprender a leer y escribir, cosa que se volvía complicada si te encuentras en plena diversión, en las correrías de costumbre. Había que poner atención y comprender que no era broma eso de tener que leer en voz alta y en público, delante de todos, sin atracarse, como si fuera tan fácil.
Ahora veo a más grandes que se equivocan en las ceremonias, en el congreso, en el palacio de gobierno, se les traba la luenga y la entonación, la pronunciación, la acentuación y me salían unas zetas que no estaban escritas en ninguna parte, sospecho por esta lengua tan gorda, caray.
Había que estar tranquilo en la formación, en el patio de cemento, a veces con un tremendo sol y otras con la llovizna que nunca acaba, mientras Don Filiberto Málaga Muñoz, el chato Málaga, sacaba un pito con el que supongo daba el tono musical. Eso es algo que hasta ahora tampoco logro entender, pero el silbato tenía un poder mágico, conseguía el silencio automático y ayudaba a poner orden en las filas, era el llamado para que guardemos respetuoso silencio.
Alegría, alegría de natura que canta, alegría, alegría de la juventud…
Fue el comienzo de una manera diferente de ver la vida, ahora con una serie de responsabilidades que antes no existían, comenzando por saber comportarse en la fila, en el patio y entrar ordenadamente al aula, donde ya no se trataba solo de jugar, cantar y reír.
Comenzamos por hacer mantenimiento a las carpetas, unos pesados muebles de madera con espacio para dos, que debíamos lijar y barnizar para dejarlos como nuevos. Tenían un hueco para el tintero que estaba siempre sucio y difícil de lijar, pero leer y escribir resultó más complicado, mucho más difícil que lijar y barnizar.
Si Pancho, Málaga también cantaba en el 982 y en el Santa Ana ¿no?