En un “Cuento disparatado” Ricardo Palma se refiere a la llegada de Jesús y sus discípulos a la ciudad de Ica, donde gracias a esta especial visita, todo comenzó a marchar a la perfección, en un clima de paz y armonía.
Después de una semana de alegre permanencia, Jesús y sus discípulos fueron llamados a Jerusalén y una madrugada salen de Ica apurados.
El diablo, al enterarse lo bien que habían pasado Jesús y sus apóstoles en Ica, decide viajar también a la tierra de los buenos vinos y disfraza de apóstoles a doce de sus compinches para cambiar el clima de paz y felicidad que reinaba en la ciudad.
“Los abogados y escribanos se concertaron para embrollar pleitos; los médicos y boticarios celebraron acuerdo para subir el precio del aqua fontis; las suegras se propusieron sacarles los ojos a los yernos; las mujeres se tornaron pedigüeñas y antojadizas de joyas y trajes de terciopelo; los hombres serios hablaron de club y de bochinche; y para decirlo de una vez, hasta los municipales vociferaron sobre la necesidad de imponer al prójimo contribución de diez centavos por cada estornudo. Aquello era la anarquía con todos sus horrores. Bien se ve que el Rabudo andaba metido en la danza.”
La fiesta de un matrimonio se salió de control por la ebriedad de los invitados, la novia cogió al diablo del poncho, pensando que era Jesús, le pidió que ponga orden en el desmadre, a lo que el diablo contestó de mala manera que se maten, en hora buena, le dijo. Y la novia respondió:
“-¡Jesús! ¡Y qué malas entrañas había su merced tenido! La cruz le hago.
Y unió la acción a la palabra.
No bien vio el Maligno los dedos de la chica formando las aspas de una cruz, cuando quiso escaparse como perro a quien ponen maza; pero, teniéndolo ella sujeto del poncho, no le quedó al Tunante más recurso que sacar la cabeza por la abertura, dejando la capa de cuatro puntas en manos de la doncella.
El Patón y sus acólitos se evaporaron, pero es fama que desde entonces viene, de vez en cuando, Su Majestad Infernal a la ciudad de Ica en busca de su poncho. Cuando tal sucede, hay larga francachela entre los monos bravos y…pin-pin, San Agustín, que aquí el cuento tiene fin”.