Diego y Rosalín formaban la pareja perfecta que encontré cuando llegué a Bethel y confío sigue siendo así, ahora en otros escenarios y con la feliz compañía de sus hijos.
El leía las noticias, entrevistaba y comentaba los sucesos diarios con la solvencia propia de un joven profesional que conoce el oficio y domina las técnicas para decir mucho con pocas palabras.
Ella fue popular cuando disfrazada de vaquita animaba los shows infantiles y conducía programas dirigidos a los niños con el cuidado y dedicación de madre amorosa y preocupada por la formación de los menores.
Compartí poco tiempo con ellos, hace once años o algo más, pero suficiente para apreciar el talento de una pareja ejemplar formada en el amor de Cristo y al amparo de una doctrina que compartimos millones de peruanos a quienes minorías conquistadas por ideologías foráneas vulneran nuestros derechos, costumbres y creencias con reglas que imponen de manera autoritaria y forzada.
Diego y Rosalyn, como millones de peruanos, tienen que soportar el abuso y prepotencia de gobiernos arrodillados ante los dictados de organismos multilaterales, empeñados en imponer la ideología de género.
Les ha tocado vivir tiempos difíciles como difíciles y complicados han sido siempre los tiempos de los cristianos desde hace dos mil años.
A ellos les toca seguir luchando para salir de la pandemia, enfrentar la odisea que será reconstruir la economía y combatir el colonialismo del siglo XXI, rechazado por sociedades valientes, de fuertes convicciones capaces de decir no a la prepotencia.
Los recuerdo así, convencidos de su fe cristiana y dispuestos a pelear por lo que consideran justo y necesario. En Bethel los añoraban con mucho cariño y afecto de hermanos.