El antiguo dicho español explica que en la oscuridad se disimulan los defectos, se maquillan las imperfecciones, se esconde aquello que no se quiere mostrar.
Es fácil de entender este dicho cuando se refiere a esas circunstancias que tienen que ver con falta de iluminación, pero resulta diferente cuando se aplica de manera metafórica a situaciones como la falta de claridad por ejemplo en la política y no hay correspondencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que finalmente se hace.
Y es precisamente en la política que se presentan momentos en los que resulta difícil entender las intenciones, identificar culpables, descubrir aquello que se pretende, pero no se confiesa, las cartas escondidas de un juego peligroso y hasta de perversas intenciones.
Con facilidad somos víctimas de estafadores que, cubiertos de ropajes de monjes o pastores, policías o empresarios, nos dan gato por liebre. Defensores de derechos humanos que apañan las más descaradas dictaduras, protectores del medio ambiente que buscan dinero fácil o promotores de la democracia que imponen sus ideas con violencia y dando la espalda a las leyes.
Todos son pardos cuando demora en aparecer alguien con una linterna que ilumine de ideas una agenda diferente, que no tenga que ver con izquierdas ni derechas, que convenza con argumentos transparentes y sea capaz de embarcarnos por el camino del rescate del rumbo que más conviene a todos.
El origen del dicho se remonta a los primeros años de Madrid, la capital española, y sus pobladores eran conocidos como los gatos. La mala iluminación de entonces dio nacimiento a esta frase que perdura en el tiempo.
Aquí vivimos rodeados no de gatos sino de otorongos, lagartos y jumentos que, de noche, resultan todos pardos.