“Sacristán que tiene cera, sin tener cerería, de donde pecata mea si no es de la sacristía”.
El dicho se remonta a tiempos en los que no existía el servicio de energía eléctrica y eran las velas el principal auxilio para cualquier actividad nocturna.
La anécdota cuenta la vida de un sacristán de prospera economía que disponía siempre de velas, cuando estas resultaban escasas, por atrasos en los embarques que llegaban desde España.
El mercado negro de velas hacía pensar que podría ser dueño de una fábrica, aunque su actividad laboral en la sacristía dio pie a lo que hoy en día se usa cada vez que alguien luce signos exteriores de riqueza.
¿De dónde pecata mea? preguntó un abogado cuando le pidieron un comentario sobre los relojes de Dina.
¿De dónde pecata mea? Se preguntan aquellos que ven asombrados las compras inmobiliarias de algunos fiscales.
¿De dónde pecata mea? Le preguntaron a Susana cuando se bañaba en la piscina de su casa de playa.
Como sucede con los dichos, se trata de una metáfora que cobra actualidad cuando algunos funcionarios públicos muestran signos exteriores de riqueza.