¿Cuántos ministros corruptos más tiene que haber para que en la izquierda radical se convenzan que esto no es cuestión de ideologías, es simplemente corrupción?
Seguir blindando corrupción más que proteger un mal gobierno los convierte en cómplices, socios, culpables de la prolongación de algo que comenzó mal y debe terminar cuanto antes para no seguir causando más daño al país.
Robar al Estado es robar a la sociedad en su conjunto. Si alguien paga una coima es porque va a recuperar varias veces eso que está invirtiendo en romper la mano al mal ministro, al amigo del presidente, al socio de la corrupción.
Ese dinero que levanta el ministro lo terminan pagando los más pobres, los que necesitan esa tomografía que no les da el hospital, por la medicina que debieron recibir gratis.
¿Cómo pueden decir que están defendiendo al pueblo cuando suben, así como están subiendo, el precio del pan, las papas, el pollo y los pasajes?
Mientras tanto prosigue la repartija de cargos públicos para familiares de congresistas y ministros, pese a que una ley lo prohíbe expresamente.
¿Cuánto más deben crecer las colas para comprar combustible, para gestionar el pasaporte, el DNI, la licencia de conducir?
Y no va nadie preso. Algunos pasan unos pocos días en la cárcel y luego los sueltan en grosero derroche de impúdica impunidad.
Me da la impresión que debemos volver a lo de los jueces sin rostro para procesar a los implicados en la corrupción brasileña, la de Odebrecht y las empresas constructoras, para los dinámicos del centro, para las mafias de chotanos y chiclayanos, para encarcelar a los corruptos.
Cuánto más veremos repartirse el Estado como si se tratara de un botín de guerra, cuánto más van a robar para que saquemos a esta banda de rateros, cutreros, ladrones y coimeros.