Dos de los más famosos degenerados y pervertidos (así los señala la historia) emperadores romanos, Nerón y Calígula, poco favor hicieron con sus precedentes a los que hoy buscan legitimar el matrimonio homosexual.
Convirtieron sus palacios en burdeles, sus celebraciones en orgías y su promiscua vida sexual en una exhibición de aberraciones contrarias a la naturaleza humana. No les importó lo que ocurriera con sus madres, hermanas, esposas o hijas. Mataban a quien podía ser estorbo.
En el interior de algunas agrupaciones políticas, en vísperas de las elecciones, ha comenzado a tomar fuerza el debate sobre este tema que podría ser visto por el tribunal constitucional. El contubernio golpista hace propaganda en diarios que se escandalizan y condenan al parlamento cuando legalmente busca elegir a los nuevos miembros del tribunal, que debería ser lo primero que apruebe el nuevo congreso que elegiremos el domingo 11 de abril.
Los de ese tribunal debieron ser removidos hace más de dos años y siguen atornillados gracias al poder caviar, el lobby gay, los moraditos o como les quieran llamar.
Existen grupos de católicos y protestantes que encuentran una interpretación auténtica de la Biblia, para justificar lo injustificable y los aparta de quienes rechazamos la vergonzosa claudicación.
Los émulos de Nerón y Calígula quieren destruir la institución del matrimonio, cuando tienen la fórmula de la unión civil, que les reconoce todo aquello que reclaman en favor de un derecho que no les corresponde.
Y si les conceden ese “derecho” que destruye la base y sustento del matrimonio, mañana van reclamar derecho a casarse con su caballo, como lo hicieron en la Roma de la perversión.
Idólatras y ateos se unen como hace dos mil años contra los que creemos en Cristo y respetamos los 10 mandamientos, la constitución y leyes de la república.
Matrimonio homosexual no es progreso, es retroceso.