Ahora que vuelven a estar de moda algunos estilos, modales y expresiones virreinales, con maneras suponíamos olvidadas, resulta oportuno recordar historias como la del Rey Arturo y la búsqueda del Santo Grial.
El grial es la copa que usó Jesús en la última cena y Roberto de Boron, en el siglo XII, cuenta cómo Cristo, después de resucitado, entrega este cáliz a José de Arimatea, para que lo lleve a Britania.
El Rey Arturo se ubica en tiempos de las cruzadas, la guerra impulsada por los católicos contra los musulmanes durante la edad media, entre 1095 y 1492 con el objetivo de recuperar a la cristiandad el cercano oriente, la Tierra Santa, donde vivió Jesús, que estaba desde el siglo VII bajo el dominio del Islam.
Entonces existía la costumbre, cruel costumbre, de colocar sobre un mástil o una lanza la cabeza de algún turco, cercenada por un guerrero cristiano y a la que le atribuían todas las culpas de la guerra. A la cabeza del turco la culpaban de todos los males como el hambre o la falta de agua, las fuertes lluvias o alguna peste que asolaba a la población.
Actualmente decimos cabeza de turco a la persona que algunos pretenden culpar de algo, con el ánimo de eximir a los verdaderos responsables.
En las páginas de los diarios y tribunales de justicia de nuestro país abundan las cabezas de turcos y turcas (para ser inclusivos) de un tiempo en el que los corruptos siguen manejando los hilos del poder y sus adversarios son perseguidos como en los mejores tiempos de las cruzadas.
Aquí los caballeros de la mesa redonda son los mismos del Club de la Construcción. fiscales y jueces, periodistas y amanuenses visten corazas de acero para señalar cabezas de turco y los culpan de los crímenes que ellos mismos cometen, de las maniobras de la mafia brasileña, de las coimas a presidentes, ministros y burócratas dorados, de los jueces y fiscales que impulsaron contratos lesivos a los intereses nacionales.
Lo de las cruzadas no fue un cuento, fue algo real, algo que ocurrió hace muchos años y a veces se repite.