Mediante la manipulación de elecciones y el control de los medios
Berit Knudsen
El autoritarismo suele esconderse tras la fachada de una falsa democracia, empleando tácticas que simulan el respeto a normas y principios liberales. Manipulan procesos electorales, cooptan instituciones y suprimen la participación ciudadana para consolidar el poder interno, guardando apariencias para proyectar legitimidad.
La manipulación electoral es el mecanismo más usado, mediante la realización de elecciones que respetan algunos procedimientos democráticos, pero el objetivo es perpetuarse en el poder. La descalificación de candidatos opositores, represión política, fraude y modificación de leyes electorales favoreciendo al líder dominante son métodos comunes.
Rusia, bajo Vladimir Putin, es un ejemplo de elecciones convertidas en herramienta para legitimar el poder del régimen, mientras los partidos opositores son reprimidos o marginados. Las modificaciones constitucionales eliminando límites de mandato o la cooptación de medios de comunicación convierten la competencia política en un acto meramente simbólico. Igual que en Venezuela, se desvirtúa el proceso electoral, controlando al poder judicial e impidiendo que la oposición acceda al poder, sin importar el reclamo popular.
El control de medios de comunicación es imprescindible. Restringir el acceso a información libre y plural es uno de los primeros síntomas autoritarios, cooptando medios de comunicación, impidiendo críticas o debates abiertos. Con propaganda estatal buscan proyectar una imagen de estabilidad, justicia social y eficacia, posicionándose como alternativa superior a las democracias liberales, acusándolas de corrupción, caos o dominio de élites.
Los regímenes autoritarios tienden a manipular el lenguaje, apropiándose de términos como «democracia», “libertad” o “justicia” para proyectar una imagen de integridad. Por ello muchos países autoritarios incorporan la palabra “república” o «democracia» en su nombre oficial como la República Democrática Popular de Corea (Corea del Norte), República Democrática del Congo o República Democrática Popular de Laos; pero ninguno de estos países garantiza derechos políticos, libertades o participación ciudadana.
En Corea del Norte, el aparato propagandístico del gobierno justifica el control absoluto de la familia Kim, presentando su modelo como forma avanzada de «democracia popular». En China, el Partido Comunista controla el relato público y los medios, promoviendo su modelo autoritario como más efectivo que las democracias occidentales.
Al apropiarse de este lenguaje, los regímenes autoritarios buscan convencer a sus ciudadanos. La retórica empleada intenta desviar críticas internacionales, presentándose como víctimas de la injerencia extranjera, justificando la restricción de libertades civiles en nombre de la estabilidad o seguridad del Estado.
Una táctica autoritaria recurrente es el “efecto espejo” que consiste en proyectar sus propias falencias contra democracias liberales u oposición interna. Acusar a otros de sus propias prácticas, como corrupción, manipulación de procesos electorales, represión o violación de derechos humanos desvía la atención sobre sus propios abusos, desacreditando toda crítica al régimen.
Acusaciones contra los Estados Unidos por desestabilizar la “democracia” en países autoritarios es una práctica común en regímenes que centralizan el poder, reprimen a la oposición y manipulan elecciones. Esta narrativa victimista busca movilizar el apoyo, deslegitimando las protestas y movimientos de oposición, presentándolas como instrumentos de potencias extranjeras.
Los regímenes autoritarios han perfeccionado el uso de la fachada democrática para consolidar el control y desvirtuar los principios de la democracia. Mediante la manipulación de elecciones, control de los medios, apropiación del lenguaje democrático y culpando a otros actores, estos gobiernos logran mantenerse en el poder bajo la apariencia de legitimidad. Pero, esta democracia simulada o “dirigida” socava los derechos de sus ciudadanos, poniendo en riesgo los valores democráticos globales, para romper fronteras entre regímenes autoritarios y democracias genuinas.