En diferentes culturas y civilizaciones, a lo largo de la historia, la opinión de los ancianos ha jugado siempre un rol determinante a la hora de adoptar las grandes decisiones que pueden significar un giro en el destino de la comunidad, del país.
En el incanato existía un consejo de ancianos que hacía las veces de máximo organismo político y se le conocía como el kamachic o consejo imperial, compuesto por representantes de los cuatro suyos, los suyuyuc y tenía por función asesorar al Inca.
Es lo que describen los primeros cronistas españoles y hay quienes afirman tal vez inspirados en la forma como funcionaban las monarquías en Europa.
Y al comenzar la república se trasladó la costumbre en forma de consejos consultivos que funcionaron en las principales reparticiones públicas, integrados generalmente por personas que anteriormente estuvieron en la dirección de esos mismos organismos.
La opinión de las personas mayores, que participaban de manera gratuita y desinteresada, tenía un peso gravitante a la hora de adoptar decisiones trascendentes. Ellos podían calcular las consecuencias y medir resultados en base a anteriores experiencias.
Hace algunos años, durante la aprobación del presupuesto público en el congreso descubrieron que en ciertas entidades el rubro asesorías y consultorías podía sumar cientos y hasta miles de millones de soles. Era prácticamente una planilla paralela.
El escándalo alcanzó enorme dimensión cuando se ventiló el caso de Richard Swing que influyó en la caída del presidente Martín Vizcarra y de más de un ministro.
La confección de informes anillados que nadie lee y solo sirven para justificar el pago de la factura, se volvió en una mala costumbre, un vicio que contamina la administración del Estado.
La opinión de los ancianos se dejó de lado para dar paso a esa moderna modalidad de corrupción conocida ahora como asesorías y consultorías.