Después de más de dos meses de pasear por Chile decidí continuar el retorno a mi país y la única ciudad en la que me detuve un día fue Antofagasta, la manzana de la discordia que desencadenó la guerra con Perú y Bolivia.
Le dicen la Perla del Norte por la abundancia de guano y salitre que se explotó en el pasado y de cobre y otros minerales que explotan actualmente.
Cuando llegué con mi liviana mochila quedé sorprendido por construcciones que sobrevivieron a la guerra y permanecían congeladas en el tiempo, no sé si hasta ahora. Valdría la pena volver y ojalá sigan así.
Fue el puerto de Bolivia y ahora es la ciudad más importante de una región que en gran parte es un desierto, el de Atacama, el más árido, el más seco del planeta.
Precisamente la escasa humedad hace de esta zona una de las mejores del mundo para observar las estrellas y es escogida por astrónomos de todas partes para sus estudios científicos.
Pero mis necesidades de ese día tenían que ver, como siempre, con saciar el hambre y recuerdo como si fuera ayer aquel pan con pescado que comí en el mercado y que me duró hasta llegar a Tacna.
Había pasado la noche en la plaza observando las estrellas y la torre del reloj, muy parecida a la del Parque Universitario en Lima. Saber soportar el frio y el hambre es requisito para cualquiera que intente viajar a dedo.
Me había excedido en el tiempo y volví a la carretera para recorrer el último tramo de una travesía inolvidable e imposible de repetir. Viajar “a dedo” se convirtió después en un recurso peligroso, no recomendable por sus numerosos riesgos.
Le devolví la mochila a Edgar con algunos recuerdos de obsequios que recibí en el camino, pero esa es otra historia