Es un dicho escondido en las catacumbas de la edad media, cuando la educación podía convertirse en una especie de cárcel donde el profesor hacía las veces de verdugo.
Golpear al estudiante con una regla fue un método usado hasta hace poco, cuando estuve en el colegio y los auxiliares de educación procuraban llamar al orden en salones de clase bulliciosos que es lo que sucede cuando el profesor llega tarde o se ausenta.
Entonces provistos de una larga regla de madera repartían golpes sobre los más inquietos, entre los que siempre estaba el infrascrito. Si a eso le sumamos la costumbre que también se usaba en la educación primaria, de hacer parar al más movido en una de las esquinas, comienzo a pensar el sentido de un dicho que, repito, está escondido en un rincón de la historia.
No quiero pensar, pero pienso, que hasta podrían haber usado fuetes para golpear en el poto desnudo del indisciplinado.
En esos tiempos regía por doctrina aquello de que la letra con sangre entra, y todos los colegios tenían un empleado o bedel, cuya tarea se reducía a aplicar tres, seis y hasta doce azotes sobre las posaderas del estudiante condenado a ir al rincón, escribió Ricardo Palma en una de sus tradiciones.
El tiempo cambia todo, desaparecieron los castigos físicos (eso creo) y hasta las calificaciones se administran con una óptica diferente y permisiva, que temo puede estar afectando el resultado final del aprendizaje.
A más de un ministro incompetente o congresista malcriado habría que enviar al rincón quita calzón.