La corrección de pruebas de galera era un trabajo de poetas, de gente dispuesta a mirar con cuidado cada letra de cada palabra, sin exageración, debido a errores que generalmente ocurrían al procesar los textos, las noticias, en los linotipos.
Los linotipos eran unas máquinas que aceleraron el trabajo que antes se hacía, letra por letra, tipo por tipo, en las antiguas imprentas. Debe su nombre a la línea de tipos de metal, que se conseguía en caliente, con moldes de letras y plomo fundido.
Este sistema se usó desde su invención, a finales del siglo XIX hasta los años 70 y 80 del siglo pasado, cuando fue reemplazado por la impresión offset.
El trabajo de los redactores sufría cambios involuntarios en manos de los linotipistas y eran correctores de pruebas de galera, los encargados de detectarlos y avisar a talleres, con signos que señalaban el lugar exacto de la falla.
Livio Gómez fue uno de estos poetas, acostumbrado a pasar buena parte de la noche entre rumas de largas tiras de papel periódico manchadas con tinta de imprenta.
Era un artista de la palabra y varios poemarios dieron la vuelta al mundo con las vivencias del poeta ancashino, afincado en Tacna y confundido entre periodistas acostumbrados a atropellar la sintaxis, semántica y ortopedia.
Fue profesor de lengua y literatura, ganó varios premios de poesía y entre sus publicaciones recuerdo “Fraternidades y contiendas” y un poema que llora a las víctimas del terremoto de Huaraz.
Prefería no hablar con nadie y su rostro mostraba fastidio si alguien osaba interrumpir la tarea supongo tediosa de leer con cuidado las 16 páginas del tabloide, entre gritos apurados de armadores que luchaban por acabar temprano.
Los diarios se venden a primera hora de la mañana, junto con el pan del desayuno y salir tarde significa menos venta, una pérdida para el negocio.
Livio soñaba con la perfección del próximo poema y su pesadilla era la turbulencia de noticias mal redactadas, a veces imposibles de corregir.