Para el desfile del 28 de agosto había que lucir todas las insignias y símbolos de una fiesta muy especial. El uniforme caqui adornado de escarapelas, escarpines, bandas bicolores cruzadas sobre el pecho, como el presidente y un casco de guerra hecho de papel.
En ese tiempo la industria del plástico todavía no fabricaba esos cascos de juguete que hoy encuentras en el mercado y entonces debíamos hacer nuestros propios cascos para el desfile.
Tenían que resultar parecidos a los que usaban los gringos en la segunda guerra mundial. Los cascos nazis son de los malos.
El proceso comienza por recortar tiras de papel de diarios viejos y dejarlos remojar en un recipiente, para luego usar un casco de molde y comenzar a pegar estas tiras de papel cubiertas de engrudo, de harina con agua.
Esto se hace pacientemente hasta que se consigue determinado grosor, mientras se le va dando forma hasta que finalmente se pone a secar.
Para el acabado hay que frotarlo con una lija muy fina y luego cubrirlo de pintura verde. Un par de agujeros a los costados para los pasadores o elásticos, necesarios para que no se caiga a la hora de marchar, alzando la pierna hasta la cintura.
El declive de la pista facilita el paso debido a que vamos de bajada y luego de pasar por la tribuna de honor se van cansando los caballos y ya no hay que levantar tanto las piernas. Los aplausos y vivas del público animan a todos y conservando el paso llegamos hasta la catedral.
Uno, dos , tres cuatro….izquierda, izquierda, izquierda derecha izquierda, es la forma como los profesores nos van marcando el paso, aunque la mejor recomendación es dejarse guiar por el sonido del bombo, con el pie izquierdo.
Regresar al colegio en correcta formación resulta pesado debido a que ahora el camino es de subida y estamos todos cansados. Ganar el gallardete al mejor batallón es el mejor premio que podíamos recibir. En dos palabras: ganar marchando.