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sábado, noviembre 23, 2024

DULCE DE MEMBRILLO

Extrañamente, en muy pocos casos, ocurre en frutas como el membrillo que tienen una parte transparente, como de vidrio y aunque son muy raros la parte vidriosa puede ser mayor que el resto y se convierte en una pieza de colección, que lamentablemente dura el tiempo que demore en madurar y se pudra.

El padre de Toti y Yeyo Basili, el tío Queco, entre sus diversas actividades como la producción de salsa de tomate, vino o encurtido de aceitunas, fabricaba dulce de membrillo, en cantidades industriales, por lo que compraba estas frutas ácidas por camiones, que llegaban a la bodega de todas partes, de chacras y valles vecinos.

Buscar las deseadas frutas vidriosas me empujó a pedir un puesto de ayudante en la fábrica del Queco y machete en mano me encargaron partir los membrillos en cuatro, de paso que buscaba el milagro de un vidrioso, que aparecía después de haber partido mil membrillos.

Palza era el líder de los operarios, alrededor de 10, que se encargaban de quitar las pepas, hervir el membrillo, colocarlo en pailas gigantes donde mezclado con azúcar y a fuego de leña se convertía en el preciado dulce.

Muy caliente lo vaciaban en cajas de madera con papel mantequilla, fabricadas expresamente para este fin, donde después de enfriar lo cortaban en trozos que pesaban entre 500 gramos y un kilo.

Un día de suerte significaba encontrar hasta dos membrillos vidriosos y mi prima Toti me agradecía el obsequio que la ponía muy contenta. Me quedaba uno con el que alardeaba con mis vecinos en las 200 casas.

Comer un membrillo crudo es algo que se estila muy poco, debido a lo ácido de este fruto que en dulce, compota o mermelada resulta más asequible al paladar. Partir membrillos con un machete fue una manera de conocer lo que es cumplir una rutina de trabajo de ocho horas y una oportunidad de buscar tesoros escondidos entre las frutas de mi tierra.


DULCE DE MEMBRILLO

Con el mismo título publiqué hace unos meses, tal vez un año, un comentario sobre el dulce que preparaba Queco Basili, el padre de mis primos Toti y Yeyo, de manera casi industrial, para venderlo por kilos en moldes similares a los adobes de barro.

Más que industrial era un proceso artesanal, que incluía una enorme paila con fuego alimentado de leña y mano de obra de una veintena de hombres y mujeres que cortaban, limpiaban, hervían y molían la fruta, antes de cocinarla con azúcar, durante la breve temporada del membrillo.

Constanza, hija de Toti, entusiasmada con esa faceta de la que había escuchado muchas veces, decidió seguir los pasos de su abuelo y con el empuje heredado de su madre decidió arrancar con un emprendimiento que me acaba nuevamente de sorprender.

Hace un año me envió dulce de membrillo que asumí preparó como recuerdo al Nono, pero acaba de hacerme llegar otro envío junto con dulces de higo y damascos, que son verdaderas joyas para paladares proclives a lo exquisito.

Usó para la etiqueta una caricatura que algún dibujante hizo alguna vez de Queco y adornó por años la pequeña salita donde mi tía Adela se sentaba a ver la televisión. Después y hasta ahora cuelga en casa de Yeyo en Chorrillos.

La rudimentaria etiqueta con la caricatura, presenta el dulce que, en empaques de aluminio, adelantan otro paso en este proceso por rescatar ese legendario dulce de membrillo.

Quiero creer que con o sin economía social de mercado el emprendimiento está llamado a convertirse en un éxito del que debe sentirse orgullosa toda la familia.

Con una economía libre es posible creer que este tipo de iniciativas están llamadas a prosperar y hago votos para que la política no llegue a perturbar el empeño de tanta gente que como mi sobrina aporta al desarrollo con hechos que debemos saludar.

Hoy tomé dos desayunos gracias al dulce de mebrillo.

 

 

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