De niño jugué más de una vez al teléfono con dos latas de leche Gloria a las que perforamos huecos para introducir un palito de fosforo atado a cada extremo de una pita de unos 20 metros de largo.
Jamás funcionó como teléfono pero con imaginación y fantasía infantil desbordante, asumimos que funcionaba y conversamos por ese maravilloso invento.
Eso sucedía a mediados de los años 50 cuando en Tacna había muy pocos teléfonos en negocios y algunas residencias. Eran unos enormes aparatos clavados en la pared, con una manivela que había que mover con fuerza de adulto para que, en la central telefónica, una atenta empleada atienda el requerimiento del número con el que se pretendía comunicar.
Las telefonistas manipulaban una serie de cordones con puntas metálicas que introducían en el clavijero. El destinatario era alertado por un ruido muy fuerte que anunciaba la llamada e impulsaba a ser prontamente silenciado al levantar el auricular.
Las oficinas de la empresa telefónica contaban con ambientes dispuestos para recibir público que debía pagar antes de ingresar a una cabina, para llamadas locales o de larga distancia. La espera demoraba varios minutos, a veces horas.
En el caso de las llamadas locales bastaba dar el nombre del destinatario o el apellido de la familia y las operadoras siempre amables podían llegar a preguntar:
– ¿Con cuál de los Vizcarra se quiere comunicar?.
– Con Martín, el menor, rogaba el cuñado.
Las “constelación” de entonces eran la propias operadoras. Ahora la División de Investigaciones Especiales puede grabar hasta 2 mil conversaciones telefónicas de manera simultánea.