Se trata de un dicho que como otros tiene un origen bélico y en este caso se relaciona con Alejandro Magno, Rey de Macedonia, Faraón de Egipto y Gran rey de Media y Persia.
Sus gestas estuvieron a la altura de los militares más audaces de la historia de la humanidad y fuente de inspiración de posteriores estadistas y estrategas. Venció al Imperio persa y conquistó un inmenso territorio que se extendía desde su Grecia natal hasta el norte de la India.
Alejandro atacó la costa de Fenicia y se vio sorprendido por el número de fuerzas de defensa rivales antes de llegar a tierra firme, entonces optó por quemar sus naves de ataque para motivar a su tropa. Buscó que la valentía de sus guerreros se impusiera a la de un ejército más numeroso al contemplar que no podían regresar a casa con sus barcos.
En la mayoría de casos «quemar las naves» se entiende como luchar por un objetivo hasta el final, suceda lo que suceda. Sin marcha atrás para evitar un presumible fracaso.
Quemar las naves es tomar una decisión que resulta irreversible, el tipo de decisiones que ayudaron a Alejandro a pasar a la historia.