Quiere decir que lo que está por suceder va a ocurrir de todas maneras, no hay nada que lo pueda impedir.
Es imposible modificar lo que está sucediendo, es inútil intentar un desenlace diferente.
El origen del dicho tiene que ver con la historia romana, Julio César se rebela contra el Senado y una vez que llega al rio Rubicón, que era el límite que le puso el Senado, cruzó con su caballo y gritó a su tropa en la otra orilla “Alea iacta est” (“La suerte está echada”) y todos lo siguieron.