Es una expresión que contiene un sano consejo para no dejarse llevar por las apariencias. Se cree que tuvo su origen en un proverbio latino «habitus non facit monachum» que explica el hecho de algunos monjes que gustaban vestir como caballeros, como cualquier persona y no por ello dejaban de ser monjes.
Como suele ocurrir, el tiempo se encargó de voltear la figura y se aplica más en sentido contrario, es decir, el hecho de vestir un hábito no convierte a la persona en monje.
Del hábito monacal pasa a todo tipo de ocupaciones y por eso vemos numerosos bandidos vestidos de policías, obreros de construcción, médicos o bomberos.
Los hábitos religiosos tienen su origen en la forma de vestir de los primeros cristianos.