Ya me voy de esta tierra querida del alma y el corazón
Mi vida ya no es vida en medio de tantas ingratitudes
Mi vida ya no es vida en medio de tanta injusticia
Amor nuevo, amor viejo a tierras extrañas yo me retiro
Al ver tanta injusticia mi vida no puede sobrevivir
Se fue cantando esa canción, se fue cansado de la vida, cansado del desprecio de un sistema que no acepta ni reconoce a gente que dedicó su vida a defender lo nuestro.
Cantando “Falsía” nos hicimos muy amigos, esa misma letra que le gusta cantar a Dina, la presidente. Juan de Dios Arista se jactaba de tener un corazón andino que palpitaba con huaynos y mulizas melancólicas que lo hacían llorar.
Un día me contó que llegó a Lima el trio “Los Pachos” y lo contrataron para animar sus presentaciones en cuanto coliseo o teatro existía en el país. Entonces asumía su papel de maestro de ceremonias y recitaba pasajes de esas inolvidables presentaciones que lo llevaron a recorrer el continente, acompañando al grupo musical más querido de esa época.
Otro día me buscó para que lo ayude a reengancharse en Radio Nacional o tal vez La Crónica, para reeditar programas de música andina que animaba y promovía con entusiasmo. En eso se le fue la vida.
Justicia justicia no hay en la tierra, justicia solo en el cielo, donde no hay ricos ni pobres.
Juan de Dios me tenía mucho cariño, el mismo que siempre sentí por él y por eso estuve más de una vez en su casa de Magdalena, en el Jirón Tacna, para compartir momentos de alegría junto a Fortunato Camahualí y William Betalleluz Cueva. Ellos estuvieron a su lado hasta el final de sus días.
Intentaron ayudarle, pero era muy poco lo que podían hacer, Juan de Dios libraba una batalla que ya la tenía perdida, la vida le estaba pasando su factura, sus seres queridos lo llamaban desde el cielo.
Descansa Juan de Dios, descansa, hiciste mucho por nosotros y espera, pronto nos llegará el día que estemos a tu lado cantando y bailando como te gustaba hacerlo entre amigos, colegas, hermanos.