Es un sano consejo, una manera de ayudar a entender que se trata de algo que no tiene remedio, no tiene solución, no vale la pena seguir lamentando algo que no tiene vuelta atrás.
El dicho pretende ayudar a aceptar algo que es muy lamentable, pero debemos de aceptar sin perder tiempo en llantos, quejas y suspiros.
El camino de la vida nos enseña que ocurren situaciones algunas veces penosas, que nunca debieron suceder, pero ocurren y debemos de admitirlas con resignación.
El origen del dicho, que duda cabe, alude a un accidente en un establo, después de ordeñar a una vaca.
Una vez derramada ya no se puede recoger, no se va a recuperar lo perdido y es inútil ponerse a llorar, es perder el tiempo.
Según un Almanaque Brasileño de Cultura Popular, se habría originado en la historia de una campesina que soñando con lo que compraría con lo que le iban a dar por la venta de su leche, se distrajo y tropezando dejó caer la leche al suelo.