Cada vez que sucede algo grave que sacude nuestro entorno social tratamos de encontrar una explicación y al no encontrarla entonces recurrimos a una formula esotérica, enigmática, impenetrable: hubo una mano negra.
La mano negra resulta responsable de la caída de presidentes y ministros, de los crímenes nunca resueltos, de la debacle en la bolsa de valores, de la quiebra de grandes entidades bancarias y hasta de los fenómenos naturales.
Es la respuesta más fácil cuando no encontramos respuesta, es la puerta de acceso a los más profundos misterios, es la revelación de aquello que sin embargo seguirá oculto.
La mano negra es mucho más que el extremo de una extremidad, es un asunto místico que se diluye en un océano de palabras, en un mar de explicaciones inútiles, es el infinito escondido tras la cortina del secreto.
Una mano negra sacó a la luz pública el caso de las amiguis de Otárola y una mano negra destapó el escándalo de los relojes Rolex, una mano negra mece la cuna de la fiscalía.