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sábado, noviembre 23, 2024

SUPERÁVIT DE REVOLUCIONARIOS

Por Mario Polar Ugarteche

Nuestros colegas de la bancada oriental, hoy lamentablemente ausentes, durante los últimos ocho meses han aprovechado todas las mociones presentadas, propias o ajenas, para hacer propaganda a favor del marxismo. Podría decirse que han utilizado este hemiciclo como un aula gigante para una masiva campaña de concientización. Incluso al iniciarse este debate constitucional, han utilizado el marxismo, para atacar el proyecto de Constitución elaborado por la Comisión Principal.

Nosotros sólo tangencialmente hemos formulado objeciones a las tesis marxistas, porque el marxismo nunca ha estado en debate, pero creo que ha llegado la ocasión, dentro del apretado margen de estos quince minutos, para explicar por qué creemos que el marxismo y sus tesis son inaplicables o inaparentes para el país.

Sabemos que Marx es un pensador importante y un filósofo que ha tenido enorme trascendencia; que sistematizó como pocos, los conocimientos económicos del siglo XIX; que hizo hallazgos interesantes y que precisó, con mayor claridad que otros antes que él, la importancia decisiva de la economía en el desarrollo social. Marx, para estas finalidades, creo el materialismo histórico, cuya tesis la desarrolla en el prólogo de El Capital.

Creía Marx que había descubierto una ley económica, dialéctica, que, según él, debía conducir inevitablemente, primero al socialismo y después al comunismo. Lo curioso es que la historia ha revelado que este hombre que quiso crear un socialismo científico, lo que ha generado es una religión. Las gentes no conocen tanto las tesis abstrusas y un poco abstractas de Marx. En cambio, si grandes sectores de la población mundial han captado su contenido ético y moral, su proclividad por los pobres, su deseo de elevar los niveles de vida de los necesitados.

Lo curioso es que este hombre que quiso leyes tan inmutables como la de la gravedad o la energía, ha creado dogmas interpretables, tan interpretables que en este momento hay tantas interpretaciones, que el cisma de los cismas, han parcelado el marxismo universal. Así tenemos marxistas-leninistas rosados y colorados; pequineses de variado dogmatismo y pelaje; trotskistas surtidos y hasta albaneses. Esta parcelación de marxismo la encontramos también aquí en nuestra Asamblea, que nos ofrece una mini versión de esta Torre de Babel.

Lo que ha ocurrido es que en general los marxistas no conocen a Marx, no conocen El Capital que es su Biblia; tal como la mayor parte de los católicos no conocen la Biblia. Entre la Biblia marxista y la cristiana hay, por cierto, grandes diferencias. La Biblia cristiana es un libro hermoso con sus alegorías y sus parábolas. En cambio, con el perdón de mis colegas de la bancada oriental, la Biblia marxista es un libro farragoso y pesado. Para leerlo y para estudiarlo, hay que ganar dos previas batallas: una contra el sueño y otra contra el aburrimiento; y tengo la impresión que la mayor parte de nuestros colegas de la bancada oriental no han ganado estas batallas, como si la ha ganado mi amigo Ramos Alva.

El marxismo, como tesis dialéctica, no llega en realidad a crear leyes históricas y por eso sus tesis se convierten en dogmas. Estos dogmas sin embargo resultan cuestionados por la realidad. Así Marx sostiene, claramente, que para llegar al socialismo primero y al comunismo después, es necesaria una previa etapa de capitalización, durante la cual el grueso de la población sea integrado por el proletariado industrial. Por eso Marx pronosticó, y se equivocó radicalmente, que el comunismo surgiría primero en los países altamente industrializados, como Alemania o Inglaterra: nunca imaginó que el proceso se realizaría en un país eminentemente agrícola y atrasado como era Rusia. Se equivocó, pues, porque los pueblos de Occidente descubrieron maneras evolutivas, racionales, sin sangre y sin violencia, de acceder a niveles de vida más altos y más saludables dentro de un clima de libertad.

Por eso mismo cuando Lenin asumió el poder en Rusia, se encontró con que El Capital tenía un montón de recetas para la distribución del ingreso; pero carecía totalmente de recetas para el aumento de la producción; y quien revise El Capital con cuidado advertirá que estas recetas faltan y que Lenin que asume el poder en plena guerra civil seguida de años de hambre ¿cómo acá saca a Rusia del atolladero, del atraso? ¿Cómo hace para superar la crisis de producción? Pues por su nueva política económica, llamada de dos pasos adelante un un paso atrás; pero los pasos atrás significan tomar prestadas las ideas de producción y productividad del Occidente vilipendiado. Así tenemos que las grandes empresas nacionales en Rusia son tomadas de los grandes trust occidentales, sólo que con una cúpula burocrática. Posteriormente, frente al fracaso de la productividad revolucionaria, encuentran el movimiento stajanovista, que no es sino el trabajo a destajo, o sea la sustitución de la vieja fórmula marxista de cada cual según sus necesidades por la vieja fórmula de cada cual según su rendimiento. Al pretender aplicar normas marxistas, mal interpretadas, al país, a nuestro país, nuestros colegas orientales revelan que están absolutamente fuera de órbita.

El problema del Perú, fundamentalmente, es el pavoroso déficit de producción. Existen sin duda gravísimos problemas de distribución que hay que resolver; pero que no podrían ser resueltos con acierto, si no resolvemos el problema de la insuficiencia de la producción. Si dividimos la renta nacional por el número de peruanos nos encontramos que el ingreso promedio está muy por debajo del salario mínimo y por lo tanto que, si vamos a una política de distribución, sin poner énfasis en una política de aumento de la producción, lo que vamos a repartir es harapos y no bienestar.

Esto es seguir una política de consignas y no una política de raciocinio, de razonamiento como decía el doctor Luis Alberto Sánchez, de razonable aplicación pragmática de recetas para buscar el bienestar. Porque lo que nos interesa a todos, cualquiera sea nuestra bancada, es mejorar los niveles de vida; y esos niveles de vida del pueblo no pueden mejorarse evidentemente entre nosotros, sin aumentos reales de la producción y de la productividad. Sobre este particular tenemos la experiencia de los últimos diez años. Durante el septenato se fue a la estatización precipitada y acelerada, ni económica ni tecnológicamente para tarea de esa magnitud. Evidentemente se desalentó violentamente la iniciativa privada, y el resultado es que hemos llegado a 1978 con un crecimiento cero de producción, un desarrollo fabuloso del desempleo y una baja general de todos los niveles de vida. ¿Cómo salir de este atolladero? ¿Con consignas, predicando las guerras de liberación o las revoluciones violentas? No, señor, estimulando la unión de los peruanos a través de soluciones concretas y prácticas. Es la única manera. Con piedad humana, con sensibilidad social y con fórmulas realistas es cómo podemos salir de esta crisis que en estos momentos no está asfixiando.

El deber de los políticos, según nosotros, no es adular al pueblo, sino servirlo, y sólo se le sirve con los ojos abiertos y los pies sobre la tierra. Me preocupa por eso profundamente la alergia al sentido común de algunos sectores de nuestra Constituyente, una alergia peligrosísima porque en realidad en este momento, uno de los dramas del país es que tiene déficit de pioneros y superávit de revolucionarios; y necesitamos pioneros que traen riquezas, iniciativa y técnica que permitan distribuciones justas en el camino para mejorar progresivamente los noveles de vida. Debemos en general, actuar con los ojos abiertos.

No es con campañas ciegas y permanentes contra el capital extranjero como saldremos de la crisis, cuando sabemos que ese capital que nos puede perjudicar en muchos aspectos, lo necesitamos. Tenemos el deber de ser antimperialistas para defender la dignidad y la soberanía del país; pero tenemos también el deber de utilizar ese capital para promover nuestras riquezas, una riqueza que de otra manera queda inerte en el suelo y sin valor alguno. No olvidemos jamás, señor, que la tesis de que somos un país riquísimo es una tesis equivocada.

En riqueza en explotación somos un país pobre. Lo que dijo el sabio italiano Raimondi es que aquí hay mucha riqueza potencial, pero para explotar esa riqueza tenemos que realizar un enorme esfuerzo pragmático y realista. No debemos olvidar nunca que en el Perú el área cultivada significa menos que el uno por ciento del área total del país; que todas las tierras cultivables del territorio podrían caber holgadamente dentro del departamento de Moquegua; y que el grueso de nuestra población vive de la tierra; que la relación hombre tierra es una de las más bajas del mundo; y que por tanto el drama de la tierra no se va a resolver, como lo dijo Mariátegui, que era un gran escritor pero no tenía estadísticas en las manos, con la simple entrega de las tierras a los campesinos, sino con la despoblación del agro. Hay que crear trabajo para la población sobrante del campo y crearlo en las ciudades. Pero ese trabajo en las ciudades, ese crecimiento de la población urbana, será un fracaso si desalentamos la iniciativa privada que es una fuerza creadora y obligamos al Estado a realizar esfuerzos que están por encima de sus posibilidades.

Debemos avanzar sobre el mañana con los ojos abiertos, con realismo, conciliando los puntos de vista de los partidos democráticos. Porque sólo en la democracia encontraremos el diálogo fecundo que nos permita encontrar el camino verdadero del restablecimiento nacional y de la conquista de un mañana mejor, especialmente para los pobres.

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