El gobierno no se va a caer si nadie lo empuja y lo tenemos que seguir soportando dos años y medio más, hasta el 2026, al mismo gobierno de Castillo, pero sin Castillo. ¿Qué cosa ha cambiado?
Siguen los mismos lagartos ocupando altos cargos públicos, los rezagos del humalismo de Ollanta, los caviares manchados de morado, los que viven colgados de la teta del Estado.
La visión estatista de los actos de gobierno revela una inclinación inocultable para regresar a tiempos en los que el Estado era el gran empresario, el único, el que causó el mayor desastre económico de nuestra historia, el de la hiperinflación que estalló en la cara de Alan García.
La presidente, el premier y el ministro de energía y minas insinuaron que no entregarían pozos petroleros a la quebrada empresa Petroperú, pero finalmente lo hicieron y quieren seguir por esa ruta, a pesar que el último balance arroja pérdidas por 500 millones de dólares. Es la crónica de un desastre anunciado.
La misma empresa corrupta que desde hace años arrastra millonarias pérdidas económicas, pretende revertirlas operando aquello que no sabe hacer, siguiendo los pasos de otros fracasos estrepitosos como petróleos de Venezuela.
¿Cómo puede decir que viaja para atraer inversiones si la realidad de una burocracia voraz nos demuestra todo lo contrario?
Los rojos no entienden que es por culpa de empresas estatales deficitarias que se arruina la economía de los países, que el fracaso del sistema comunista radica precisamente en la terquedad de sostener que el Estado debe ser empresario, dueño de los medios de producción, como deliraba Carlos Marx.
Nos ilusionamos con una Dina Boluarte que sabría marcar distancia del corrupto Castillo, pero la única distancia que la separa del ágrafo es la que existe de la Plaza de Armas a Barbadillo, la cárcel de presidentes, la que le está haciendo ojitos.
A Dina Boluarte le gusta el patachín, no se pierde ninguna ceremonia, saborea el néctar de honores militares cuando sube o baja del avión, le gusta ver generales formaditos y haciendo reverencias que el protocolo obliga, disfruta del ayaye, la lisonja, la parafernalia alrededor del trono, los arlequines adulones, bufones, marionetas y payasos palaciegos.
Mañana, cuando despierte de este sueño de opio, se dará cuenta que no supo aprovechar la oportunidad que le dio la historia y le faltará tiempo para driblear acusaciones que la pueden llevar a Barbadillo, a reencontrarse con su socio electoral.