Crestas papilares crean surcos interpapilares en los dedos, que dieron nacimiento a lo que hoy conocemos como huella dactilar, la huella de los dedos de la mano.
Desde fines de 1800 y principios de 1900 se comenzó a usar la dactiloscopia como sistema para identificar a las personas y entre otras ventajas evitar suplantaciones.
Recurrir a las huellas dactilares se ha convertido en algo de uso frecuente impuesto de manera abusiva por empresas como notarías y entidades bancarias.
Basta acudir a las ventanillas de cualquier banco y encontraremos gente limpiándose los dedos con gel, alcohol, agua o el sudor de la frente debido a que el aparato lector de la huella no consigue identificar, verificar, certificar que coincida con la huella archivada en los registros de identificación, el DNI.
Y más de una vez me han dicho en mi cara que mi huella “no coincide” y entonces, en un trámite notarial estuve obligado a acudir a la oficina central del Reniec, donde expiden un documento que certifica que la huella registrada en el DNI si corresponde a mi dedo. Mi huella si es mi huella.
Entonces con ese papelito recién pude continuar con el trámite que pese a contar con DNI actualizado, no podía realizar.
El problema con los lectores de las huellas digitales es que no son lo suficientemente eficaces para la tarea que les encomiendan y entonces trasladan la responsabilidad al público usuario. Somos los clientes, al final, los responsables que las huellas de nuestros dedos “no coincidan” con las archivadas en los DNI.
El Estado peruano, las empresas, entidades públicas y privadas que recurren al sistema de lectura de la huella dactilar deberían modernizarse, poner fin a este abuso e implantar el sistema de reconocimiento del iris que es un método de identificación biométrica confiable, que causaría menos molestias a los usuarios.
Eso de la huella dactilar no funciona bien. Pónganse las pilas, estamos en el siglo XXI.