Lo he dicho varias veces y hoy vuelvo a decirlo: los peruanos estaremos en deuda permanente con los médicos, enfermeras, técnicos y trabajadores del sector salud, de los policías y militares, de los trabajadores que nos proveen de alimentos y medicinas, de los empleados de bancos que se exponen para atender a millones de peruanos que necesitamos de ellos.
Gracias una vez más por el sacrificio que hacen y por la valentía que demuestran todos los días, sabiendo que la próxima persona que atiendan posiblemente sea la que les contagie la peste.
Pero a los llamados a la unidad nacional debemos responder con ese dicho popular que admite que debemos estar juntos, pero no revueltos.
Y como bien dice el presidente Vizcarra, somos 32 millones de personas con distintas maneras de ver la vida y algunos no compartimos por ejemplo que un oficial abofetee a un adolescente por más que lo haya sorprendido en falta, delito o escándalo, como tampoco es correcto agarrarlo a latigazos como se castigaba a infractores en la edad media.
Todos compartimos el mismo suelo pero no todos podemos aprobar que policías irrumpan en un domicilio familiar, donde celebran el cumpleaños de uno de sus miembros y los lleven presos por el volumen de la radio. Si el problema era el volumen lo correcto era pedirles que bajen el volumen. Punto final.
El ministro del interior lamenta, como todos los peruanos, la muerte de cinco policías y que otros 300 se encuentren infectados de coronavirus. ¿Cómo no se van a contagiar si entran así a las casas?, sin razón valedera. Así es fácil contagiarse, por más mascarillas y guantes que usen. Hablar, dialogar y hacer entender las normas no pasa por el abuso, atropello, ni mucho menos la violencia.
Se educa con el ejemplo y se enseña con la verdad. Pretendemos ser demócratas pero usamos métodos estalinistas sustraídos del archivo de la más abusiva dictadura comunista del siglo pasado. Están suspendidas las garantías pero no los derechos humanos.