La economía peruana se fue a pique en los años 70, fue un fracaso que afectó el bolsillo y estómago de los más pobres. La crisis financiera estaba a la vista, con sucesivas devaluaciones que el ingenio popular bautizó de paquetazos, con alzas en el precio de productos de primera necesidad, que no iban acompañadas de mejores salarios. El desabastecimiento fue la consecuencia lógica y el descontento popular se expresó en protestas, en cacerolazos que terminaron por imponer el toque de queda, medida preventiva ante movilizaciones violentas que podían desencadenar el caos generalizado.
Curiosamente una de las pocas grandes empresas que se salvó de la fiebre estatista fue Southern Perú Copper Corporation (SPCC), que explota Toquepala y la razón sería el entonces ministro de energía y minas, ileño de nacimiento y moqueguano de corazón, Jorge Fernández Maldonado, quien consciente de las ventajas que trae consigo la inversión privada, alentó a los gringos a que desarrollen el proyecto de Cuajone, una suerte de ampliación o segunda etapa de Toquepala; una mina más grande y moderna ubicada en territorio moqueguano, unida a la primera a través de 27 kilómetros de túneles.
Fue en los antiguos salones del Hotel Bolívar que los representantes de la SPCC Edward Tittman y Frank Archibald, firmaron el contrato para la explotación de esta mina que motivó el Comunicado Nº 32 del gobierno de Velasco, en diciembre de 1969, reconociendo que la compañía había aceptado todos los términos que fueron planteados en resguardo de los intereses nacionales, que el Estado tendrá a su cargo la refinación del cobre “respetando los derechos adquiridos” y anunciando que la nueva ley de minería considerará que la comercialización también la haría el Estado.
Inteligente fue condicionar la operación a construir una refinería para procesar el cobre fundido y controlar la salida de impurezas. SPCC se convirtió en el primer contribuyente y se mantuvo así por muchos años. Cuajone cambió radicalmente el destino de Moquegua, una ciudad que parecía detenida en el tiempo, congelada en la historia. El hotel Los Limoneros seguía tal cual lo describe Enrique López Albújar y servía de refugio para cuando nos sentábamos a conversar con el corresponsal de Correo J. Alberto Catacora Murillo y el hombre de radio Guillermo Kuong Flores, a veces cerca de una botella de Biondi o un cuy donde Doña Peta, en Samegua. Por la tarde el tradicional alfajor de Penco, que según la historia es receta de un soldado chileno herido cuidado por damas moqueguanas a quienes en agradecimiento les confió el secreto de su preparación.
Con Catacora y Kuong emprendimos la cruzada para que parte de la riqueza del cobre se quede en la región, para el desarrollo de Moquegua. El Estado peruano tardó años en crear el canon minero, que no es otra cosa que la participación que gozan los gobiernos locales y regionales por la explotación de los recursos minerales, metálicos y no metálicos. (El Tacnazo de Morales Bermúdez)