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sábado, noviembre 23, 2024

RECUERDOS DE TACNA

En cincuenta años Tacna ha cambiado tanto que a ratos pienso que estoy viviendo un sueño muy diferente al que dejaba escapar esas noches de Danubio y de amanecer junto a la vieja radiola del cholo Quihui, cuando con una copa de licor amargo intentaba protegerme del frío intenso de la camanchaca, en esa cantina frente a la cárcel, en la calle Zela, en un Danubio que nada tiene que ver con el más célebre de los valses de Strauss. La tierra ha dado muchas vueltas y cuando escribo estas líneas, en una silenciosa computadora, recuerdo el ruido que hacíamos apretando con fuerza las teclas de las máquinas de escribir del diario Correo, que sobrevivieron al temperamental y legendario gordo Villarán en ese periódico que con  entusiasmo fundó el tacneño más exitoso, el ilustre Luis Banchero Rossi, en su misma casa, en Hipólito Unanue, frente a una de las esquinas posteriores de lo que fue el Hospital San Ramón, en cuya capilla se celebró la misa que narró Federico Barreto en su célebre Procesión de la Bandera.

Tacna nació y se fue formando así como hasta ahora, a la suerte de la olla y en lugar de la plaza existe un espacio en forma de gota que nace en la intersección de los  Jirones San Martín y Arias y Aragüez,  donde estaba la Botica Popular, que fue de Pancho Lombardi (papá) y se va anchando hasta llegar al fondo, donde está la catedral que la firma francesa de Gustavo Adolfo Eiffel comenzó a construir en 1875 y se concluyó mucho después de terminada la guerra con Chile, en el gobierno de Odría; un arco en forma de lengua tiene en sus bases a Grau y Bolognesi y muy cerca está la bella pileta ornamental, la más hermosa del Perú.

Por invitación de un grupo de pobladores de las zonas altas de Tacna participé, hace más de 50 años, en el rescate de unos lienzos coloniales, en las alturas, más allá de los baños termales de Calientes y Miculla, en un lugar al que se accede luego de caminar por una angosta quebrada, por un estrecho sendero que recuerda a Machado.

Después de horas de caminata llegamos a los restos de un poblado que seguramente fue el antecedente de Tacna, donde llegaron los primeros españoles, bajando de Bolivia con cargamentos de oro y plata rumbo a Arica, para embarcar el mineral a Lima y España. Ahí pude entender que Tacna nace como depósito o almacén de tránsito, para proteger los minerales de piratas y corsarios que fácilmente hurtaban cuando los dejaban en el mismo puerto de Arica. Tacna es un lugar alejado de tsunamis y navegantes indeseables, pero cercano al puerto, por lo que dispusieron habilitar este almacén, a donde trasladaron las Cajas Reales y al subdelegado, con campesinos y mitimaes que habitaban la zona, así como arrieros y militares, los primeros habitantes criollos de la vieja Takana que con el tiempo se convirtió en ciudad.

Para ello tuvieron que prohibir el uso de agua en las zonas altas y obligaron a sus habitantes se reubiquen abajo, en el valle que forman los cerros Intiorko  y  Arunta. A fines del año 1700, por orden del rey de España Carlos III, se suprimieron los corregimientos y crearon las intendencias como la de Arequipa, subdividida en “partidos” como el de San Marcos de Arica, que anteriormente comprendía Ilo, Iquique, Pica, Tacna, Ilabaya y Tarata. Más   o menos así nació Tacna, según seguramente errada interpretación que sabrán corregir mis ilustres amigos historiadores, con herramientas y conocimientos que no poseo. Pero de lo que se trata es transmitirles cómo es que particular y caprichosamente interpreto la historia de una ciudad que nació desordenada o mejor aún, con el orden que impuso la circunstancia, el buen humor y la alegría de un pueblo que como dice su himno, ha sabido vencer al destino. (El Tacnazo de Morales Bermúdez)

 

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