Caminaba siempre a final de la procesión, detrás de la gente y de la banda de músicos, deliberadamente apartado de todos por medida de protección, sabía que uno de esos artefactos mal disparado podría causar un gran daño, lo sabía, ya había perdido varios dedos.
Caminaba encorvado supongo para proteger el paquete de pirotécnicos del que iba sacando esas cañas, una por una, para encenderlas soplando una mecha que mantenía siempre prendida.
Es una costumbre que trajeron los españoles y echó raíz profunda, hasta convertirse en parte elemental de toda celebración, como si reventando cuetes quieres más a tu patria, a tu tierra, al santo de tu devoción.
En más de un programa oficial de celebraciones aparece, abriendo la semana jubilar, el estallido de 21 camaretazos que es una versión más sofisticada de lo mismo.
La historia se remonta a la costumbre de anunciar con siete disparos la llegada al puerto de algún buque, que era recibido por otros siete disparos y confirmando que llega en son de paz por los últimos siete.
En Lima los 21 camaretazos forman parte de la celebración de Fiestas Patrias y son artilleros del ejército los encargados de manipular los cañones coloniales.
El revienta cuetes de mi pueblo, en cambio, usaba espacios junto a las iglesias, incluyendo la catedral, para hacer un montón de disparos que hacían retumbar la ciudad, cuando no era tan grande como ahora.
Ahora que se preparan a festejar el aniversario de la reincorporación de Tacna al territorio nacional, supongo nuevos revienta cuetes se preparan a perturbar los oídos de desprevenidos visitantes.