Terminamos el colegio y Luty siguió creciendo, como sucedió con varios compañeros que terminaron la educación secundaria siendo muy jóvenes, adolescentes y la naturaleza continuó con su tarea, hasta convertir a los más bajitos en altos y él no era de los bajitos en el salón, de modo que alcanzó una respetable estatura.
Optó por las letras y su afición a la buena lectura lo llevó a una carrera en la que logró el máximo peldaño en el difícil escalafón de la diplomacia profesional, el de embajador.
Los buenos modales forman parte de su personalidad, herencia de una familia ejemplar que supo cultivar un temperamento que se distingue por la manera amable de sus relaciones y actos sencillos como saludar de modo amable y saber decir por favor, mirar a los ojos y despedirse al abandonar una reunión.
Son comportamientos que demuestran que tiene respeto y consideración para las personas con las que está tratando y eso es esencial para la convivencia humana.
La diplomacia la lleva en la sangre y eso seguramente facilitó su desempeño por oficinas ubicadas en distintos países, en diferentes continentes, en todo el mundo. Los buenos modales no se aprenden en la universidad, se cultivan y fomentan en casa, en familia.
Nombrado para servir en un lejano país, tuvo que abandonar un enorme papagayo, hembra, “Panchita”, su mascota y la confió al amigo de la infancia Pancho Giglio, quien vivía preocupado por la conducta del ave que extrañaba a Luty.
No fue posible que la lleve en ese peregrinar por destinos inesperados, con climas diferentes, seguramente en los que correría peligro la vida de la mascota.
Los funcionarios públicos están sujetos a viajes sorpresivos y topes que limitan la edad de su permanencia en el servicio, cumplida la cual deben pasar a situación de retiro, como los militares.
Supongo debe ser la situación de Luty, dedicado ahora de lleno a lo que tanto le apasiona, la buena música y la literatura y tendrá de mascota un gato, es lo que le corresponde.