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sábado, noviembre 23, 2024

MOQUEGUA SUEÑA

Uno de los problemas de Moquegua tiene que ver con la dispersión de la propiedad agraria. En otras partes del país se criticó, combatió, expropió y destruyó el latifundio, mientras que aquí el asunto es al revés, es el minifundio, la fragmentación de la propiedad agraria impide conseguir mejores índices de rentabilidad. Más del 70 por ciento corresponde a extensiones menores a 5 hectáreas.

 

El minifundio impide llevar adelante proyectos que se beneficien con la economía a escala, reduzca costos en la comercialización, aplique modernas tecnologías y acceso a créditos blandos. Como en gran parte de la costa, la escasez los hace soñar con más agua.

 

A mediados de los 70, cuando me tocó trabajar por estas tierras, estaban de moda los piscos Biondi, de las bodegas de dos hermanos que competían en la fabricación de un licor que también se producía de manera artesanal en remotos parajes de Carumas, uno de los distritos de la provincia Mariscal Nieto, escenario de los primeros enfrentamientos entre conquistadores españoles.

 

Desde allí Nancy Rosales traía botellas de un pisco especial reservado para sus mejores amigos. Carumas, tierra despoblada y con aguas, es el significado de un nombre que no llega a describir la belleza de paisajes escondidos en las alturas, seguramente para no exponerlos al avance de una civilización reñida con la naturaleza.

 

Pasar por Moquegua me cambia el ánimo, es una ciudad que siempre invita a la imaginación, a transportarse en el tiempo, a retroceder en la historia y caminar, siquiera por un breve momento, en una época de preocupaciones diferentes, quiero creer.

 

 

Ver de cerca la iglesia de Santo Domingo, la catedral, construida enteramente en piedra, sólida y capaz de soportar los más fuertes sismos que sacuden la ciudad.

 

Allí reposan y están a la vista desde fines de 1700, los restos de Santa Fortunata, traídos de una catacumba romana. Una distinguida dama que se negó a participar en las festividades al Dios Júpiter, en el año 300, degollada por orden del emperador Diocleciano. Júpiter, el amo de los cielos y colector de las nubes, obligó a sus padres que vomitaran a sus hijos Hades y Poseidón, que junto a sus otros hermanos los habían devorado por puro placer. Santa Catalina nunca creyó esa historia y murió cruelmente asesinada.

 

 

 

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