Walter Padovani es un ex reportero gráfico de Correo de Tacna y camarógrafo del IRTP y sobre todo un gran amigo. de quien, hace muchos años, recibí en Lima el obsequio de una orquídea traída desde su tierra, de la selva del Cusco y de eso trata esta breve historia.
Un buen día apareció en mi casa con una planta envuelta en hojas papel periódico, de un periódico de ayer, y me dijo que era una orquídea que le obsequiaba a mi esposa, que ella sabría cómo cuidarla.
Eran unas pocas hojas verdes, algo carnosas y nada más, no había nada que semejara una flor o una orquídea, para ser más preciso. Fue plantada en una maceta que terminó en el jardín, bajo la escalera de caracol, un lugar iluminado y ventilado, pero que la protegía de la luz directa del sol.
Allí permaneció la pequeña maceta, que de vez en cuando recibía su ración de agua o abonos en pequeñas bolitas blancas. Pasaron varios años, mientras a su alrededor florecían otras plantas como rosas, dalias, gladiolos y cartuchos y pensamos nunca daría una flor hasta que un buen día comenzó a mostrar lo que sería la más sorprendente, asombrosa y espectacular flor jamás imaginada.
Fue como una rama de la cual salían otras menores como hojas delgadas, puntiagudas de color dorado, como el oro de los incas, de donde la trajo Walter porque seguramente sabía cuál iba a ser el resultado.
Ocurrió solamente una vez y los verticilos eran completamente diferentes a todos los que había conocido. Fue como que la naturaleza nos hubiese querido premiar con lo mejor que podía ofrecer para alegrarnos la vida.
Quise creer que se trataba de un mensaje que desde lo más profundo de la tierra nos traía esta flor única y sorprendente. Luego comenzó a marchitarse hasta que nos dijo adiós para siempre.
Felizmente tomé fotografías, con esas cámaras que llamaremos analógicas y aunque no tienen la nitidez que ahora reproducen los celulares, permiten confirmar que aquello que les he contado es absolutamente cierto y admirable.