Delgada y muy alta, como imaginamos siempre a las modelos de pasarela, Doris Sánchez Fernández Baca, una de las primeras personas que conocí en Cuajone, en la sierra de Moquegua, tenía a su cargo la oficina de Bienestar Social de la mina más moderna de Sudamérica, en 1975, durante la dictadura militar.
Con modales propios de las familias reales del Cusco, quiero creer, exploraba hasta lo más profundo de una realidad cultural, económica y social de las familias de trabajadores mineros sorprendidos muchas veces con viviendas dotadas de calefacción, cocina, baños y varios dormitorios, muy distintas a las casas que habían habitado hasta hacía muy poco tiempo.
Y ese fue uno de mis primeros encargos, publicar una especie de revista con fotografías sobre cómo disponer los muebles en sala, comedor, cocina y dormitorios, que sirviera de modelo para ayudar a explicar la distribución y uso que podían dar a cada espacio de la casa.
La acompañaban Teresa Blanco de Luna, Elenita Jiménez y otras jóvenes asistentes sociales, vigilantes de las necesidades de una población trasplantada al moderno campamento minero. Les orientaban sobre beneficios de matricular a sus hijos en los colegios, acceder a los servicios del Hospital o a los centros de recreación.
Hace algunos años dejamos la mina para dedicarnos a otras actividades, ella en Cusco y yo en Lima, pero siempre mantuvimos comunicación, aunque esporádica, suficiente para estar al tanto de nuestros derroteros.
Conocí a sus dos guapas hijas, una vive en Canadá y la otra en Barcelona, España, pero ella sigue firme en su Cusco querido donde alguna vez la visité.
Ahora en cuarentena Doris abandona un momento sus quehaceres de ayuda social y redobla su esfuerzo para volver a reunirse con otros ex compañeros de trabajo con quienes tuvimos cercana relación como Héctor Sosa, Américo Soto, Sergio Pesce, Katy Echevarría, Julio Chacón, César Gallegos o Zulema Adriazola, entre muchos otros .