“Al que le quede el poncho que se lo ponga” es un dicho chileno que alguna vez escuché en Tacna, equivalente a “al que le caiga el guante que se lo chante” y se refiere a frases que a veces se pronuncian en una conversación de grupo y pueden encerrar alguna acusación o subrayar algún defecto incómodo pero real y si alguno de los presentes se siente aludido es mejor que calle y lo asuma.
Por ejemplo, un grupo de amigos conversa sobre lo saludable que resulta levantarse temprano y que además ayuda a resolver mejor los asuntos cotidianos, pero algunos no llegan a resolver todo por ser muy dormilones. Si uno efectivamente es dormilón, tendrá que asumir la crítica a su conducta sin derecho a protestar.
El poncho es una prenda de vestir típica de algunos países sudamericanos y de uso común, confeccionado con telas gruesas de lana de alpaca para proteger del frío o paños finos y delgados, de lino, para vestir elegante.
El diseño suele ser sencillo, de un solo color o adornado de rayas de contraste con tonos fuertes o suaves según gustos del usuario. Pueden ser rectangulares, redondos o cuadrados con un tajo dispuesto para pasar por allí la cabeza, mientras sus alas cubren a veces solamente el pecho, como en los huasos chilenos, debajo de la cintura como en los chalanes norteños o por las rodillas como montoneros arequipeños, morochucos ayacuchanos o gauchos argentinos.
Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina en Sudamérica y México en América Central son los países en lo que subsiste esa prenda cuyos orígenes se remontan a periodo precolonial.