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sábado, noviembre 23, 2024

EL CERRO DE LA CRUZ

Cuando veranear en La Boca del Río era una aventura de tres meses en ranchos de estera a la orilla del mar, eran tres meses sin misas ni sacerdotes que se atrevieran a transitar por un lugar inhóspito para sotanas y sandalias.

Las costumbres religiosas de los hogares cristianos se limitaban a un par de oraciones antes de dormir y conversar algún asunto a solas con el ángel de la guarda.

Tal vez por esa razón surgían esporádicas peregrinaciones al Cerro de la Cruz, que supongo seguirán llamando así, al que está ubicado a uno o dos kilómetros de la primera fila de ranchos de La Lisera.

Subir se convertía en un desafío para niños de piernas cortas pero de largo entusiasmo, para llegar pronto a la cumbre y encender una vela que es como entendíamos la devoción al pie del símbolo de los cristianos.

Es un cerro pequeño en cuyas faldas hubo un día un cementerio de los antiguos peruanos que poblaron estas costas cerca a la desembocadura del río. Ahora cumple un rol simbólico como en Lima el Cerro San Cristóbal o el Cristo Redentor o Cristo del Corcovado de Río de Janeiro.

La cruz está formada por maderas y alcanza el tamaño de una persona adulta, tal vez un poco más por la base de cemento que la sostiene. Es el símbolo de los cristianos que en los primeros años prefirieron usar la representación de un pez.

Por la tarde, desde la cima del cerro se observa un paisaje espectacular de kilómetros de playas y un mar infinito que se funde con el azul del cielo, hasta que enormes gallinazos molestos por la invasión de su territorio, aterrizan y se acercan amenazantes.

La recomendación era bajar despacio para evitar lo que inevitablemente sucedía y es que comenzábamos a correr en tropel y gritando con todas nuestras fuerzas, hasta llegar nuevamente al llano.

Visitar el Cerro de la Cruz es parte de un rito obligatorio para veraneantes limitados este año a una temporada diferente y ojalá última, de una epidemia que trastornó las vacaciones.

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