Cuidar los bienes de Bethel y de la iglesia del Movimiento Misionero Mundial es una tarea difícil, complicada, delicada, peligrosa y muchas veces ingrata.
Vigilantes distribuidos en diversos locales se encargan de velar, las 24 horas, por equipos, algunos de ellos muy valiosos, que se usan para la grabación y emisión de programas en tiempo real, tanto en radio como en televisión.
Deben revisar cada salida y llegada de grupos de trabajo con micrófonos, cámaras, luces, monitores, cables y diversos aparatos, según el tipo de grabación.
Marco Alfonso Carbajo León y su gente está ahí atento a cada movimiento de personas que transitan por distintas puertas, diferentes accesos a igualmente diferentes áreas, algunas reservadas para la oración, otras para los asuntos administrativos y las que conducen a sets de grabación.
Llega en un Volkswagen blanco, antiguo pero muy bien conservado y desciende mirando a todos lados, como queriendo descubrir a un enemigo oculto. Se acomoda el sombrero elegante tipo Trilby, como el de Pedro Navaja, que reemplaza una cabellera que hace tiempo se comenzó a destejer.
Chalinas impecables, trajes a medida y zapatos brillantes completan el vestuario de un pastor que conoce a todos los que entran o salen y para todos tiene una frase de saludo, un comentario optimista y hasta un abrazo cariñoso.
A veces en la mañana, muy temprano, con todo el personal de seguridad imparte instrucciones, amonesta como cuando vestía uniforme militar y exige seriedad en el cumplimiento de las obligaciones.
En la noche predica en un templo en Quilca, casi en esquina con Wilson. En la tarde, relajado y apoyando la espalda en una de las paredes, un pequeño auditorio de cuatro o cinco hermanos lo rodea para escuchar la anécdota o la forma como reclama ofendido a la prensa cuando dicen que hubo una mano negra detrás de cada escándalo. No es culpa de los negros que exista tanto sinvergüenza, protesta.