Raquel mi esposa, es aficionada a las plantas y tenemos macetas por todo el departamento en un edificio de siete pisos y usa hasta un área común, junto a la puerta, para colocar allí algunas como la que adornó con un conejito de porcelana que un buen día desapareció, alguien se lo llevó.
Su molestia fue tan grande como la pena que compartió con toda la familia, hace varios años, hasta que un día nuestro hijo mayor Juan Antonio y su enamorada Margie nos invitaron a tomar lonche en un restaurante de la Costa Verde.
Fue en ese lugar que Margie le obsequió otro conejito de porcelana al tiempo que ambos anunciaron que en pocos días contraerían matrimonio y la alegría fue aún mayor.
Se casaron cerca, en la municipalidad de San Borja y Juan Antonio se mudó a vivir con su esposa y entonces la pena fue por no poder verlo todos los días, como nos habíamos acostumbrado por más de 30 años.
Todas las noches Raquel se quejaba y repetía que mucho extrañaba a su hijo mayor hasta que un día le dije: “no te hagas problemas, agarra el conejito de porcelana, se lo entregas a Margie y traes de regreso a Juan Antonio”.
No le gustó la broma, pero sirvió para calmar de alguna manera su tristeza y comenzó a aceptar nuestra realidad. Margie y Juan Antonio se mudaron a un departamento muy cerca al nuestro y nos vemos cuando menos una vez por semana.
Recién ayer le conté esta historia a Margie y le gustó mucho y es por insinuación de ella que la hago pública, después de siete años que contrajeron matrimonio.