Astrid era la voz de los jingles, esas grabaciones cantadas de corta duración que sirven en Bethel para identificar la emisora, dar la hora, anunciar algún programa o cambios en la programación.
De hablar claro y directo, misma chalaca, no andaba con rodeos cuando quería proponer algo para la producción de algún programa nuevo o mejorar los existentes.
Repetía unas venias y gestos propios de los países árabes y decía Salaam, que significa algo así como que la paz esté con todos ustedes.
Camila en cambio tenía la mejor voz para narración de noticias y era convincente con su dicción y entonación, una excelente locutora que perdimos en la radio cuando decidió trabajar en la televisión, donde estuvo corto tiempo y encontró el amor de un camarógrafo que le pidió la mano y con quien tiene cuando menos un hijo.
Y Heidi Ninahuamán tenía una voz tan dulce y romántica que algunos pastores temían cause una impresión muy diferente respecto a la imagen dibujada como ideal de las locutoras de Bethel.
Es la que más méritos llegó a sumar para convertirse en pastora, no sé si antes o después de contraer matrimonio y siendo de familia cristiana su destino estaba sellado dentro de la iglesia.
Tres compañeras de trabajo muy queridas que supieron llevar, cada una a su manera, las riendas de sus vidas por la senda de la comunión con Dios.