Un día a la vez, Dios mío, es lo que pido de ti, dame la fuerza, para vivir un día a la vez.
Ayer ya pasó, Dios mío, mañana, quizás no vendrá, ayúdame hoy yo quiero vivir un día a la vez.
Es parte de la letra de una canción que Irma cantaba en la radio mientras buscaba la música que seguiría a continuación. La cantaba con fuerza, con ganas, con un sonido que retumbaba en toda la emisora, temprano, cuando éramos pocos los que estábamos por comenzar los primeros programas de noticias.
Un día me convidó chuño, como lo comen en su tierra, distinto a como lo comemos en Puno con queso y huevo y en Tacna con salsa bolognesa, motivo para conversar largo sobre sus costumbres culinarias.
Era madre soltera, su engreído debe tener ahora entre once y doce años y presumo regresaron al Cusco para capear la epidemia y soportar en familia el ataque de este virus mortal.
Nos saludamos con mucho cariño, con abrazos y besos que no se estilan en la iglesia del Movimiento Misionero Mundial, con la seguridad que estas muestras de afecto reflejaban precisamente eso y nada más.
Tenía una hermana con un puesto de telas o ropa en Gamarra y allí se refugiaba cuando terminaban sus obligaciones en la radio. Recogía a su hijo del colegio a una cuadra y juntos caminaban por ese laberinto de galerías textiles.
Tu sabes mi Dios, que hoy está peor, es mucho el dolor, hay mucho egoísmo, y mucha maldad.
Señor por mi bien, yo quiero vivir un día a la vez