Confieso en voz alta, antes ustedes compatriotas, que dentro de mis caros anhelos siempre ha estado en mi espíritu el tener el honor de decir unas palabras en este templo de la peruanidad, en este santuario del heroísmo, en este solar que fuera testigo de la más alta muestra de lo que es el amor a la patria, la dignidad, la entrega hasta el supremo sacrificio de ofrendar la vida por los altos valores de la nacionalidad.
Sin embargo, de cara a la oportunidad, qué difícil es hilvanar las ideas, dar cuerpo al discurso sobre un episodio al que destacadas personalidades con brillantez se han referido. Encontrar un ángulo que no se haya explorado, un elogio que no se haya escrito en homenaje a los héroes de la epopeya de Arica, es tarea casi imposible.
En consecuencia, olvidándome de buscar la imposible originalidad, renunciando a ella, llego al convencimiento de que nunca será suficiente repetir los detalles de la hazaña de los héroes de Arica porque siempre habrá un corazón peruano atento para recibir el mensaje que llega desde el pasado como una lección renovada para quienes vivimos el presente y tratamos de orientar a los peruanos del porvenir.
Recibido el encargo de ese honor grandísimo, de ocupar esta tribuna, gracia que debo al señor Cónsul General del Perú, Ministro Julio César Cadenillas Londoña, pensé que podría hacer un símil entre el Cristo y la actitud del héroe supremo, coronel Francisco Bolognesi. Sin embargo, esta no es una figura original. El poeta tacneño Federico Barreto Bustíos en su poema EL GÓLGOTA DE ARICA escribió que “Bolognesi, el guerrero de renombre/ murió como Jesús en el calvario. / Y ambos son inmortales por su suerte: / El Cristo que era Dios, murió como hombre. / El hombre como un Dios marchó a la tumba!”
La larga pasión de los héroes peruanos en Arica, el cáliz que debían beber hasta el final, empieza cuando solos, sin noticias, frente a un mar sosegado que presagiaba tormenta, sentían o creían sentir, a lo lejos, el eco de victoria de los cañonazos que se disparaban en el Campo de la Alianza.
Mas todo anhelo se disipa cuando se escuchan las sirenas de júbilo de los barcos chilenos que bloqueaban el puerto anunciando el triunfo de los suyos. Las malas nuevas las confirman siete ariqueños que exhaustos, después de haber combatido en el Campo de la Alianza, llegan al puerto el jueves 27 de mayo. Sin embargo aún quedaba la esperanza de que pudieran llegar hasta ellos los soldados que quedaban del ejército aliado y, sobre todo, las tropas que integraban el Segundo Ejército el Sur, comandado por Manuel Segundo Leiva Velasco, adicto al presidente de la república Nicolás de Piérola.
Mientras tanto Pedro Alejandrino del Solar, que fuera Prefecto hasta la Batalla de Tacna, comunica desde Tarata al Contralmirante Lizardo Montero que se ha enviado un propio, el intrépido coronel Juan Luis Pacheco de Céspedes, solicitándole al coronel Bolognesi que destruya los cañones, que acabe con el material bélico y que evite el sacrificio de los 2500 hombres trasladándose hacia Moquegua para reunirse con Leiva. El coronel cubano nunca llegó al puerto o tal vez no se emitió la orden.
Bolognesi varias veces se dirige a Montero, a Leiva, a quién pudiera escucharlo y atender sus demandas. Uno tras otro salen los propios atravesando el desierto. Uno tras otro se transmiten los telegramas. No hay respuesta.
El domingo 30 de mayo Bolognesi en un telegrama le dice al Prefecto de Arequipa que “Arica se sostendrá muchos días y se salvará, perdiendo enemigo si Leiva jaquea aproximándose Sama y une con nosotros”. No olvidemos que Leiva contaba bajo su mando 3500 hombres que eran más que los defensores de Arica.
El martes 2 de junio a las 12.38 del día el Prefecto de Arequipa recibe un telegrama del coronel Bolognesi: “Toda caballería enemiga en Chacalluta. Compone ferrocarril. No es posible comunicar Campero. Sitio o ataque resistiremos”. Ese mismo día en otro telegrama el defensor de Arica dice que espera un ataque para el día siguiente.
Al observar que las tropas chilenas se retiran, aunque quedan siete buques en la bahía, Bolognesi el miércoles 3 de junio envía un telegrama: “Apure Leiva para unírsenos. Resistiremos”. Dos días después el Prefecto de Arequipa vuelve a recibir la voz que clama desde Arica. “Apure Leiva. Todavía es posible hacer mayor estrago en el enemigo victorioso. Arica no se rinde y resistirá hasta el sacrificio”.
El jueves 4 de junio el Titán del Morro, como se le llama sin exageración al Coronel Bolognesi, en una carta que tiene como destinatario a Lizardo Montero o a Leiva, escribe: “ Este es el octavo propio que conduce tal vez las últimas palabras de los que sostienen en Arica el honor nacional”.
Los defensores de Arica entendieron que el fin estaba cercano. El puerto era bombardeado constantemente por el chileno Baquedano, la noticia de la derrota de Tacna influía sin duda en el ánimo de los soldados peruanos, la incomunicación era desesperante. Moviéndose entre las sombras se encontraban 4 mil chilenos, agazapados, listos para el zarpazo definitivo. Sin embargo, en medio de ese panorama desolador, el coronel se da ánimo y lo transmite a los suyos y a los que oyéndolo simulan que no lo escuchan. Escribe en una misiva:” El Perú entero nos contempla. Ánimo, actividad, confianza y venceremos sin que quepa duda”
Arica contaba entonces con tres mil habitantes que desde el miércoles 2 de junio, ante la inminencia del ataque de los invasores, procedió a abandonar el puerto.
El sábado 5 de junio amaneció el puerto vestido de camanchaca.
Por el antiguo Lazareto alrededor de las seis de la mañana, donde se encontraban emplazados los batallones peruanos Iquique y Tarapacá, se acercaba una comitiva anunciándose con toques de corneta. Era el mayor Juan de la Cruz Salvo que el general Baquedano enviaba a parlamentar. Al llegar a las líneas peruanas se aproximó, caballero en brioso corcel, el coronel Ramón Zavala quien con cortesía e impuesto de la misión del mayor chileno procedió a vendarle los ojos. Hasta ese punto de la Cruz Salvo estuvo acompañado por el capitán Enrique Salcedo, ayudante del coronel Lagos, por el alférez Santiago Faz, un abanderado, un corneta y dos ordenanzas. Tal era la comitiva chilena.
La casona ubicada en la calle Ayacucho, donde se encontraba el coronel Francisco Bolognesi y su Estado Mayor, era propiedad de Juan de la Mata Fuentes. Hasta el inmueble llegó un grupo importante de vecinos que serían testigos de una de las horas más dramáticas de la república, uno de los momentos supremos de la historia de la patria peruana.
Existen varias versiones de lo que ocurrió aquella mañana del sábado 5 de junio de 1880. Una de ellas la escribió el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna a base de lo referido por el mayor Juan de la Cruz Salvo. Otras versiones provienen del coronel tacneño Marcelino Varela sobreviviente de la batalla y del coronel Francisco Chocano.
Para ser imparcial citaré un fragmento del artículo que escribiera el general argentino Roque Sáenz Peña:
“La sesión fue solemne.
Libres de la presión de la venda, los ojos del parlamentario se clavaron con curiosidad visible en los rostros enemigos; a su turno, el extraño visitante era observado en todos los detalles de su uniforme, su fisonomía, su actitud, sus miradas, todo era observado minuciosamente, produciendo en la junta una impresión más bien simpática.
El coronel Bolognesi presidiendo la Junta invitó al parlamentario a que diera cuenta de su misión.
El comandante Salvo, entonces sargento mayor de Chile, expuso la situación de ambos ejércitos: la plaza, dijo, no puede defenderse, bloqueada por mar, sitiada por tierra, por un ejército seis veces superior en fuerzas, la resistencia es imposible: el general Baquedano invita a los jefes superiores a evitar que se derrame más sangre que la que acaba de correr sobre los campos de la Alianza.
El general Baquedano pedía la evacuación de la plaza y la entrega de las armas; las tropas peruanas desfilarían con honores militares, batiéndose marcha regular por el ejército chileno.
El Coronel Bolognesi se dirigió entonces a los jefes de la junta en estos términos, que reproduzco textualmente:
Señores Jefes y Oficiales:
“Estáis llamados a decidir con vuestro voto la suerte de esta plaza de guerra cuya custodia os ha confiado la nación.
No quiero hacer presión sobre vuestras conciencias, porque nuestros sacrificios no serían idénticos.
Yo he vivido sesenta y tres años, y mi existencia no se prolongará por muchos días ¿qué más puedo desear que morir por mi patria y con la gloria de una existencia heroica, que salvará el honor militar y la dignidad del ejército comprometido en esta guerra?
Pero hay entre vosotros muchos hombres jóvenes, que pueden ser útiles al país y servirlo en el porvenir. No quiero arrastrarlos en el egoísmo de mi gloria, sin que la junta manifieste su voluntad decidida de defender la plaza y resistir el ataque.
El comandante en jefe espera que sus oficiales manifiesten libremente su opinión”
El comandante Moore, que ocupaba un asiento en el fondo del desmantelado salón, púsose de pie y pidió que la junta resolviese por aclamación la defensa de la plaza. Todos los jefes se pusieron de pie y la resistencia quedó resuelta por aclamación; fue entonces cuando el coronel Bolognesi se dirigió al parlamentario con una frase cuyo recuerdo lo conservarán los pocos peruanos que sobreviven al desastre.
“Podéis decir a vuestro general que me siento orgulloso de mis jefes y dispuesto a quemar el último cartucho en defensa de la plaza”
En esas decisivas horas, en las que los hombres miden cuanto puede dar la nobleza de sus espíritus, estuvieron junto al anciano coronel, entre jefes y oficiales, Justo Arias y Aragüez, José Joaquín Inclán, Marcelino Varela, Alfonso Ugarte, Moore, Manuel J. La Torre, Ramón Zavala, Roque Sáenz Peña, Francisco Cornejo, Benigno Cornejo, Francisco Chocano, Bustamante, Ayllón y el Capitán de Fragata José Sánchez Lagomarcino.
Esa es la relación que registra el notable periodista ariqueño Gerardo Vargas Hurtado, historiador contemporáneo de los sucesos, en su libro LA BATALLA DE ARICA, quien ha recogido para la posteridad un hecho oscuro y doloroso. Como lo anotamos al inicio de este trabajo aquello semejaba una pasión y, como en la pasión que la historia sagrada registra, aquí hubo alguien que discrepó con la decisión de la mayoría, que defeccionó, que traicionó la voluntad de sus hermanos. Ese fue Agustín Belaunde, comandante del batallón Cazadores de Piérola que, después de su innoble gesto, desertó al conocer que había sido decretado su arresto en el monitor Manco Cápac, surto en la bahía de Arica. Con esa actitud se vistió de oprobio y manchó su nombre para siempre.
La respuesta que quedaría grabada en la conciencia de las generaciones peruanas, por una eternidad, fue transmitida en un telegrama que se recibió en Arequipa, a las 14 horas del mismo día sábado 5 de junio. El texto de ése documento dice: “Prefecto de Arequipa. Suspendido por el enemigo cañoneo. Parlamentario dijo: general Baquedano por deferencia especial a la enérgica actitud de la plaza, desea evitar derramamiento de sangre. Contesté, según acuerdo de jefes: Mi última palabra es quemar el último cartucho. ¡Viva el Perú!»
Bolognesi nos legó dignidad. Cuánta razón tuvo el maestro Manuel González Prada al afirmar que sin un Grau en Angamos y un Bolognesi en Arica no tendríamos derecho a llamarnos patria.
El coronel Francisco Bolognesi demostró que a la hora de la verdad, de las supremas decisiones para defender la patria, no hay edad. Él que venía de hacer la campaña del sur, que habíase batido enfermo en Tarapacá y triunfado sobre el enemigo chileno, resiste en Arica, asume su responsabilidad de peruano, de hombre y de militar y espera sereno el holocausto bebiendo el cáliz al que lo obligaba la inacción cuando no el vil y bajo interés político.
Bolognesi no era un militar que como otros al buscar el poder añadieron sombras a sus vidas que podían haber sido ejemplares. Fue el varón que con un gesto, con una respuesta precisa sobresale y da ejemplo inmortal.
Bolognesi fue cortés con el enemigo cuando lo tuvo al frente. Lo prueban sus buenas maneras con el parlamentario que le enviaba el comando enemigo. Era consciente de que las decisiones no se imponen a rajatabla. Pensó en el grupo, en sus jefes y oficiales, en los soldados que irían con él al sacrificio con una orden suya. Entonces, caballero, expone sus razones, incluyendo el número de años que había vivido e invita a reflexionar considerando que hay jóvenes que podían ofrecer sus servicios a la patria. Y cuando conoce que es una la decisión, que su Estado Mayor lo respalda, reitera su respuesta a quien venía por la rendición de la plaza considerando su evidente superioridad numérica. De otro modo no se solicita la rendición. Este es un hecho irrebatible. La diferencia era por lo menos de tres chilenos contra un peruano. Aquella memorable respuesta era como una espada encendida, limpia, pulida, que los héroes empuñan con honor y decisión.
El 5 de junio es, sin duda alguna, el DÍA DE LA DIGNIDAD NACIONAL. Dos días después ocurriría la conflagración bélica. Bolognesi y sus valientes defensores de Arica sucumbirían en ése Gólgota, que fue nuestro imponente Morro, no solamente avasallados por un ejército probadamente superior en número y en armas sino, lo que es más doloroso, avasallados por los errores, las discordias, las ambiciones de la malhadada casta de los politiqueros de siempre que protagonizaban, aún ante la inminente tragedia, una pugna feroz y vergonzosa por el efímero poder.
La lección del coronel Bolognesi ha sido asimilada por lo mejor de las generaciones que le han precedido entre las que se cuentan, sin duda, hombres y mujeres probos, patriotas, sencillos, trabajadores, honrados que con inteligencia, tesón y honradez fueron haciendo y hacen el Perú. Este Perú “dulce y cruel” del que nos hablaba nuestro augusto paisano Jorge Basadre y quien también nos enseñara que el Perú es más grande que sus problemas.
Tengamos siempre fe y confianza en el futuro del Perú, la patria amada, mientras vivamos honradamente, lejos de los pícaros, ladrones, oportunistas y soberbios, cobijados siempre por los colores sagrados de nuestra bandera que hasta que cerremos los ojos, y más allá de la muerte, flameará eternamente invencible sobre la cumbre del morro fiero.