Yo hablo con el dueño del circo, no con los payasos, es un dicho que se escucha con frecuencia de boca de personajes furibundos, cansados por algún problema que quieren resolver pronto, sin perder más tiempo.
También acuden a la misma frase quienes se jactan de haber resuelto o saber que pueden resolver un asunto que difícilmente podrían solucionar quienes carecen de atribuciones para hacerlo.
En diversas ocasiones se alude al individuo que apuesta todas sus fichas al éxito de un espectáculo en que además de payados existen malabaristas, contorsionistas, trapecistas, magos, enanos y fieras amaestradas.
Las fieras fueron suprimidas de los circos al triunfar una corriente promovida por sociedades protectoras de animales, debido al abuso al que frecuentemente eran sometidos estos animales.
Antes de la prohibición los promotores de circos usaban estas fieras para visitar radios y periódicos y los periodistas podíamos ver de pronto un tigre o un león junto al escritorio del más asustadizo de los colegas, mientras el resto de la redacción celebraba el incidente.
¿Quién efectivamente conoce a algún dueño de circo?
Conozco uno retirado de esa actividad (Edgard), con el que de vez en cuando me reúno y comparto un café en el Haití de Miraflores, para recordar esos tiempos cuando por falta de dinero debía resolver todos los problemas con boletos de circo, que adquirían gran valor en la municipalidad para la licencia de funcionamiento, en la policía para la protección, en los medios para la propaganda y hasta en el mercado para la olla que debía alimentar a la troupe.
El dueño del circo además de empresario debe ver por el alojamiento de elenco, mediar en los conflictos frecuentes entre los artistas, juntar dinero para cubrir sus honorarios y otros gastos como el transporte.
Me retiré, me confesó nostálgico, debido a que tuve que entregar los animales al zoológico, se embarazaron algunas contorsionistas y comenzaron a crecer los enanos. Mi mayor utilidad es la misma que ganan los payasos – reconoció- la satisfacción haber podido brindar momentos de alegría a mucha gente.
En el fondo, el dueño del circo y los payasos buscan lo mismo y comparten la misma respuesta, darle un tiempo a la distracción y rescatar al público de los problemas que agobian sus vidas.