La alegría embalsada durante dos años de tristeza estalló anoche gracias al triunfo de la selección de fútbol que todavía no ha clasificado para el mundial de Qatar, pero consigue la única opción de repechaje previsto para los equipos sudamericanos.
Este juego consigue todo lo contrario que la política, con un gol nos hace olvidar siquiera un momento las ofensas que contra el pueblo cometen quienes juran defenderlo, hermanan sentimientos que desbordan todas las ideologías, los credos religiosos y pensamientos filosóficos.
El fútbol es una fiesta que une los corazones de peruanos capaces de armar un coro de 55 mil personas cantando de esos himnos de amor a la patria que nos hacen llorar.
Polo Campos debe haber bailado en el otro mundo con el zambo Cavero y Oscar Avilés cuando vio tanta gente cantando eso que ellos acostumbran cantar.
Igual que en el último campeonato de Rusia 2018 volvimos a dejar en el camino a rivales tradicionales como Chile y Colombia y más lejos aún a Bolivia y Venezuela.
Algunos tuvieron que escuchar de boca de comentaristas deportivos de otros países que Gareca es el mejor entrenador de Sudamérica, para convencerse que nuestros jugadores están en buenas manos.
Volvimos a ganar el derecho a enfrentar a un equipo de un país lejano, que podría ser Australia o Emiratos Árabes Unidos, seguramente en el mismo Qatar, en junio, como preludio del campeonato mundial.
Gianluca Lapadula lloró como niño después de otro gol que nos ayuda a llegar a un campeonato donde no estará Italia, donde nació y aprendió a jugar diferente.
Llegar a un mundial es el sueño de todos los jugadores que como Yoshimar Yotún son capaces de volar por los aires para hacer acrobacias que pintan la noche de alegría.
El triunfo de la selección de fútbol es la alegría que estaba necesitando un pueblo que sufre la pandemia de otro mundo y los efectos de una guerra lejana y abusiva que complica la incompetencia de un gobierno inmoral.