El último domingo volví a conversar con un viejo amigo con el que tuve el honor de trabajar hace medio siglo en el diario Correo de Tacna, gracias a los buenos oficios de nuestro común amigo Walter Padovani.
Justo Soperalta Ramos pertenece a esa rara especie de periodistas que abrazan el deporte con pasión y le entregan su vida como los sacerdotes a la religión.
Antes de entrar a la redacción había estado haciendo deporte, entrenando algún equipo de basket o vóley, escribía las notas para sus primeras páginas y volvía a la cancha deportiva en la que enseñaba, dirigía, alentaba, promovía y contagiaba el cariño por el juego.
No volví a saber de él durante muchos años, salvo que había viajado a Bolivia y el domingo me confirmó, aclarando que está en la zona de la selva, en Santa Cruz, donde junto a su hermano Ronald siguen haciendo lo mismo y han llegado a formar parte de un club que participa en los torneos locales. Ha podido traer el equipo del que es delegado desde hace 16 años para confraternizar con deportistas de Ilo, Moquegua y Tacna.
Tiene dos hijas casadas que viven en Tacna y está desde hace un tiempo en mi tierra escapando de las restricciones sanitarias impuestas por la epidemia, que también castiga a nuestros vecinos bolivianos.
No se inmiscuye en temas políticos y los elude con el pretexto de otros asuntos que lo mantienen siempre ocupado, apurado, entretenido, divertido, pero me confesó le preocupaba la frialdad como habían reaccionado en Tacna frente a lo ocurrido en la última “procesión de la bandera” y la confesión del presidente Castillo de querer ceder soberanía a Bolivia en parte del mar peruano.
Los cabellos blancos del popular Sotopek revelan que los años no pasan por gusto, nos van marcando huellas como los buenos recuerdos que mantenemos vivos en la memoria, cuando se trata de gente buena, honesta, trabajadora y comprometida con aquello que aman con toda su alma.
Un fuerte abrazo al gran amigo, con el deseo que sigan los éxitos y se cumplan todos sus sueños.