Saboreando un café en el Haití mi amigo Edgar me contó que hace muchos años estuvo administrando un teatro, donde comenzó con algunas responsabilidades como organizar la claqué.
¿La claqué? Si, unos señores reclutados entre vagos del barrio a los que vestía con ropa usada que conseguía en La Parada, ingresaban gratis al teatro y estaban atentos a sus indicaciones para aplaudir fuerte y gritar en determinados momentos de la función.
Así aseguraba que todos salieran contentos con la obra gracias a ovaciones producidas para contagiar aplausos. Uno de la claqué que se aprendía los personajes de memoria llegó a reemplazar más de una vez a actores de la varieté.
Como todo en la vida, agregó Edgar, la claqué evolucionó, salió a las calles y se convirtió en las portátiles, que dirigen y administran algunas ONG con servicio de bocinas, altoparlantes, bombos y tambores, bandas de músicos y hasta bailarines, según la ocasión.
Es toda una industria del espectáculo callejero, demandado especialmente para temas políticos, en marchas a favor o en contra, según el cliente, que se encarga de proveer movilidad y cartelones.
Y hacen de moderna y mediática claqué algunos medios que apuntan titulares en determinada dirección y convierten el tema en demanda ciudadana, reclamo social, consenso popular, la voz del pueblo.
La claqué de mis tiempos, recordaba Edgar, era un grupo de ancianos que disfrutaba del show, podían repetir las dos funciones del día y se divertían como niños grandes como supongo lo hacen ahora los muchachos que participan en las marchas por el centro de Lima.
Eran personajes como los escogidos por Buñuel para el discreto encanto de la burguesía, encarnan la farsa de Federico Fellini en Amancord, el hipnotismo irresistible de los oleos de Dalí y el libro de los sueños de Martinú.
Vivimos en estos días una reedición de ese mundo a ratos irracional y otras veces irreal que recitaba un entusiasmado Martín Adán.
La claqué política apela a “ronderos”, “etnocaceristas”, cerronistas, castillistas, anti mineros y senderistas para promover otro cierre del congreso o cuando menos desacreditarlo cuando pretende interpelar al presidente de Breña.