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sábado, noviembre 23, 2024

LA VENDEDORA DE DIARIOS

Tuve una extraña relación con la señora del kiosco donde suelo comprar los periódicos todos los días. Prefiero caminar cada mañana hasta la esquina para dar una mirada a los titulares, a veces alguno me entusiasma y compro.

Los kiosqueros, me da la impresión, hacen periodismo a su manera y conversando con la anciana de la esquina, sin querer me fui enterando aspectos de la vida de mis vecinos que no conocía y por los que nunca pregunté. Me los iba contando espontáneamente tal vez pensando que me interesaría todo eso, que pudo conocer durante años de observar desde la sombra, entre rumas de periódicos y revistas.

Regresando de la panadería pasaba luego por los diarios y un día dijo qué rico, pan calientito y le convidé uno y esto se fue repitiendo algunas semanas hasta que sorpresivamente me rechazó. Sus hijos le habían dicho que ella no era mendigo y no debía aceptar pan de nadie.

A partir de ahí la relación se comenzó a volver tensa hasta que un día no aceptó el sencillo con el que pagué, pero tampoco tenía  dinero para dar vuelto de un billete de 20 soles.

Para evitar que el asunto fuera escalando opté por ir a comprar el pan y los diarios a otra esquina, a una cuadra y así estuve durante un año hasta que decidí reanudar mi relación con la ancianita, que se alegró por mi retorno.

Después me llamaba la atención cuando, por razones de viaje, dejaba de visitarla dos o tres días, que es lo que duran mis excursiones a Tacna o Trujillo. Me asustas, dijo preocupada, no debes faltar aquí, me reclamó.

Con el tiempo comenzó a equivocarse a la hora escoger entre los montones de diarios, por lo que decidí buscar yo mismo entre los bultos y me lo permitió. Desarrolló muy rápido habilidad para identificar las monedas al tacto, aunque a veces se equivocaba. Se estaba quedando ciega.

El peso de los años, calculo alrededor de 90, le estaba pasando la  factura y desde hace unos días no la he vuelto a ver. Tengo temor de preguntar por ella, por la vendedora de diarios.

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