Amaba tanto a su país que escogió Fiestas Patrias para ir en silencio a ese lugar que tenemos reservado para descansar las mil batallas que tuvo que luchar en la vida.
Julio Estremadoyro Alegre, creador de los programas de noticias de Panamericana fue de los primeros que se atrevió a dejar la redacción del diario La Prensa para incursionar en ese mundo nuevo de la televisión y se forjó como se hacían antes los periodistas, en la trinchera, al pie del cañón.
Se licenció como profesor y periodista profesional en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y dedicó gran parte de su vida a buscar la noticia en todas partes, detrás de esa puerta que no se quiere abrir, en la razón escondida del asesinato, el tuétano del discurso político en el parlamento o la belleza del movimiento de una bailarina que hipnotizaba al público con su danza.
Sufría cuando alguno de sus reporteros se dejaba arrebatar la primicia y entonces llegaba a golpearse la frente contra la pared y se encerraba para gritarse a sí mismo, pero igual, pronto se calmaba y volvía a con una sonrisa para explicar que lo siguiente era muy fácil y había que hacerlo pronto, sin demora.
Nunca trabajamos juntos, pero cuando conversamos, en reuniones sociales o por teléfono, lo hacíamos como si nos hubiéramos conocido de toda la vida. La competencia se volvía camaradería, al fin y al cabo estábamos juntos en lo mismo, buscando la verdad.
Retirado de la televisión me llamó un día para invitarme a enseñar en la Universidad de San Martín de Porres y durante tres años nos vimos con mayor frecuencia. Era el responsable de dirigir el área de televisión en la carrera de periodismo.
Lo tuve que dejar por un trabajo fuera de Lima y años después volvió a invitarme para que lo acompañe en San Marcos, pero igualmente, otras ocupaciones me impidieron estar a su lado en sus últimos años de docente.
Julio fue de los periodistas honestos de los que después de medio siglo de codearse con el poder político y económico se fue sin otra fortuna que la de haber servido al país, a su público, a sus discípulos y estoy seguro que a su familia que lo llora como lloramos todos por su partida.
Hoy debe estar al lado del señor conversando con su sonrisa nerviosa y tratando de explicar por qué llegó allí, donde las almas buenas llegan para descansar en paz.